Costa Amalfitana: 2. Vesubio, Pompeya y Sorrento


Jueves, 29 de Enero de 2009

El día comenzó tarde. Los pájaros fueron una buena música para despertarse mientras el sol formaba rayas en la pared al jugar con la persiana. Habíamos descansado como príncipes en esa estancia del palacete donde ningún ruido osó despertarnos durante la corta noche. Un desayuno en el opulento salón del hotel para nosotros solos nos dió fuerza para emprender la primera visita del día, el Vesubio. Durante el viaje de la noche anterior me esforcé para distinguir su silueta a mi izquierda mientras bajábamos desde Roma, pero no me quedó muy claro si lo que la tenue luz de la luna me dejaba adivinar era o no era el imponente volcán. Las dudas se disiparon en cuanto salimos del hotel, ya que es perfectamente visible desde toda la región, con su parte más elevada cubierta de nieve en esta época del año. Para llegar hasta allí tuvimos que soportar inmensas caravanas de coches y un tráfico loco en calles que ayer parecían de un pueblo fantasma. Coches de abuelo se paran enmedio de la calle para saludar a sus vecinos sin importarle los que circulamos tras él. Caballos y carruajes comparten las calles con pequeños coches y multitud de motos.

Torre Annunciata, Torre del Greco y otras poblaciones parecen paradas en el tiempo, con sus fachadas destartaladas, sus pescaderías a pie de calle junto al puerto, multitud de baches, ropa tendida y lugareños con habla fuerte, mirada profunda y caminar tranquilo.


Subida por una helada carretera hasta un parking desde donde se emprende una fatigosa caminata de una media hora hasta el mismo borde del cráter. Las explicaciones de la guía nos complementaron nuestros apuntes sobre vulcanología. Nos soprendió ver cómo diversas fumarolas desprendían vapor en varios puntos del cráter. Un suave camino por el borde del volcán nos llevó a ver desde lo alto de Nápoles a Capri y a comprobar las cualidades acústicas del cono volcánico: al gritar o hacer algún sonido puedes comprobar que el eco lo retorna pasados unos segundos.

Ya al mediodía nos acercamos a Pompeya, como destino inexhorable después de haber estado en el volcán que la destruyó. Impresionante la grandiosidad de la ciudad otrora sepultada bajo la lava del Vesubio. Me sorprendió tanto la extensión como la conservación de la mayoría de las edificaciones de Pompeya. Desde los templos con sus columnas hasta las diferentes viviendas, algunas en un estado admirable. No me imaginaba que fuera tan grande, y que pudieras pasear a tus anchas por la práctica totalidad de sus calles perfectamente conservadas.

Paseando por las anchas y gruesas calzadas romanas resulta fácil percibir cómo debía ser aquella tranquila vida. Con sigilo nos adentramos en los pasillos de un burdel, perfectamente conservado con su frescos eróticos. Imagino las cortinas que separaban cada minúscula estancia, los olores de perfume, sexo y vino que emanaba de allí.

Pompeya es tan grande que sería de ayuda una planificación previa de lo que quieres ver y de lo que no, porque siempre se tiende a comenzar la visita parándose en todas las pequeñas estancias cuando quizá algunas manzanas de casas más arriba está lo más interesante. Un largo paseo por sus calles nos llevó hasta la puesta de sol, hora del cierre de las instalaciones.

Aún sin comer pero alimentados de cultura decidimos acercarnos a Sorrento, tras otra larga caravana (y ya van dos en lo que llevamos de día). Ya de noche cerrada podemos comprobar la belleza de las luces a todo lo ancho de la bahía de Nápoles.

Durante un corto paseo por las principales calles de Sorrento buscamos unas botas "Made in Italy" similares a las que llevan las ragazzas que caminan sonrientes por la ciudad. Hace fresquito y nos refugiamos a hacer vida social en un pub irlandés.


Tomamos una cerveza mientras tenemos una agradable charla en inglés con el dueño italiano del pub irlandés. Hablamos sobre todo de Barcelona, donde fue la família para ir a la Bread & Butter del pasado año. Al final acabamos hablando más de Barcelona que de Sorrento, a pesar de que siempre es mucho más enriquecedor que el lugareño te cuente algo de su ciudad. Tras preguntar al amable barman nos recomendó un restaurante cercano, e incluso nos acompañó, no me quedó bien claro si por amabilidad o por una posible comisión. Nos habíamos merecido una ensalada y un gran plato de pasta, aunque fuera con pez provisto de cabeza y cola. El atento camarero nos ofreció el primer limoncello del viaje, al que nos haríamos adictos posteriormente.

Ya en el hotel, un baño espumoso y relajante de frambuesa tras las intensas experiencias y aventuras vividas hoy.

Ahora esperaremos -como dice el refrán- que mañana amanezca más temprano, aunque no madruguemos mucho.

La Costa Amalfitana: 1. Barcelona-Sorrento


Miércoles, 28 de Enero de 2009

Un día de viaje siempre puede tener errores, y éste no fue una excepción. El nerviosismo inherente al propio viaje se junta con las prisas y las ganas de tenerlo todo listo y hace que aquello que tenías planificado, replanificado y revisado cien veces al final no salga como esperabas. Pero esa es una de las esencias del viaje, y me atrevería a decir que de la vida. Parar con el taxi en la terminal B del aeropuerto de El Prat cuando tu avión sale de la C, es un contratiempo. Han cambiado tanto de terminal las diferentes aerolíneas que ya me hago un lío. Pero la verdad es que no es excusa para unos amantes de la aviación como nosotros. Dios nos ampare cuando se ponga en funcionamiento la nueva terminal en Barcelona.

Así que nuestro viaje comenzó con díez minutos a pie entre terminales. El Vueling hasta Roma nos deparó una agradable compensación ya que la azafata nos solicitó que ocupáramos los asientos de salida de emergencia que se encontraban justo delante nuestro. Y es que la política de las compañías low cost de cobrar suplementos por sentarse en esos asientos más amplios conlleva que sean los últimos en llenarse, o como en nuestro caso, que aún estuvieran vacíos. Viajar en salida de emergencia tiene sus ventajas (innegables, tal y como están configurados hoy en día los asientos de todas las clases turistas de cualquier aerolínea, y más sin nos referimos a las low cost) pero también sus inconvenientes: además de no poder dejar nada a tus pies ni en tu falda durante el despegue y el aterrizaje, tienes que atender inexcusablemente a las explicaciones que te da la (o el) tripulante de cabina de pasajeros sobre cuándo y cómo abrir la portezuela. Mientas el resto de pasaje hace mil cosas menos mirar a la azafata que explican las normas de seguridad, tú tienes que poner todos los sentidos en lo que te está diciendo la señorita directamente a la cara. En pocas aerolíneas (y Vueling no fue una excepción) te explican que esa pequeña puerta por la que dicen que tenemos que salir en caso de emergencia y que tienes que quitar y arrojar por el hueco pesa más de 20 kilos!

Llegada a Roma sin retrasos. La elección de Roma como destino del vuelo habiendo alguno directo a Nápoles desde Barcelona era para poder aprovechar una mañana más de viaje, ya que el vuelo directo sale únicamente a media mañana, y ese día era laborable, así que era preferible, a costa de pagar una noche más de hotel, amanecer ya en Nápoles al día siguiente. Fue una verdadera excursión de casi media hora por las cintas transportadoras del Aeropuerto de Fiumicino, paradigma del laberinto aeroportuario que se vive en algunas ciudades, pero finalmente llegamos a la oficina de alquiler de coches.

Opel Astra familiar (maletero amplio, si señor) y rumbo a Napoli! Primer fallo de orientación al pasarnos la salida de la autopista, pero lo solucionamos con un cambio de sentido en pocos minutos. Cena (carísima) en un Autogrill de la autopista, mientras la camorra nos miraba atentamente desde el parking del restaurante. O al menos esa idea es la que viene a tu cabeza cuando ves a un grupo de 4 o 5 italianos parados al lado de un par de coches sin hacer nada más en el parquing del restaurante de la autopista a las 11 de la noche. No tenían mucha pinta de turistas, y la psicosis de estar tan cerca de Nápoles ya comienza a acusarse. Nos habían advertido muchas amistades que muchísimo cuidadito de exhibir nuestras enormes cámaras fotográficas en Nápoles ya que lo más seguro es que acabáramos sin ellas. Después de perder una Nikon hace pocos meses en la India, era lo que menos me apetecía, pero... habíamos venido precisamente a hacer fotos! Tras cenar sendos platos de pasta y ensalada, nos dispusimos a seguir ruta hacia nuestro destino. Al menos en el Autogrill nos obsequiaron con un par de libros de recetas de comida italiana que seguro que traduciremos y probaremos algún día al regreso.

Continuamos viaje y en algo más de dos horitas llegamos al hotel, no sin antes realizar diversos intentos desesperados de orientación con el GPS del iPhone. Y es que las conexiones a internet fallan cuando más lo necesitas: tras estar ahorrando conexión durante todo el viaje (era autopista, no había mucha pérdida), me dispuse a conectarlo justo al salir de la autopista. Y es que orientarse por una ciudad desconocida a altas horas de la noche cuando no teníamos una idea exacta de dónde estaba el hotel (estaba a las afueras de Castellmare d'Stabia, que pertenece a Sorrento y el Google Earth me daba dos localizaciones bien diferentes), era francamente difícil sin la ayuda de los satélites. Finalmente llegamos al Gran Hotel La Medusa, un palacete convertido en hotel con estancias amplias, jacuzzi en la habitación y tele plana en la pared. Una mezcla de modernidad y clasicismo que bien valdrá una reseña a parte más adelante. Son las 01.30 de la mañana y ahora ya toca dormir.