ISLANDIA (5): DE CÁRTERES, VADEOS Y SOBRESALTOS




Miércoles, 29/7/09: VÍK - VÍK
No una sino varias eran las gotas de aceite que rezumaban del cárter de nuestro Pathfinder. La agradable comida en los acantilados de Dyrholaey casi se me atragantó cuando vi el gran charco negro bajo el coche. No presagiaba nada bueno. Pero esta historia comienza bastante antes, en la ducha de nuestra habitación del hotel Hofdabrekka.
Y es que la primera ducha con olor a huevos podridos de nuestro viaje -las canalizaciones del Hotel Hofdabrekka provienen directamente del subsuelo- no suele ser la mejor manera de comenzar el día. De todas maneras nos dispusimos a recuperar parte del recorrido que no hicimos ayer.
Comenzamos nuestra ruta por la carretera 1 en dirección oeste -al contrario de lo planeado- hasta el glaciar Myrdalsjokull. La carretera 1 es LA carretera. Da toda a la vuelta a la isla, y es la única que puede recorrerse con cierta seguridad durante los meses de invierno, a pesar que un 30% de la misma está sin asfaltar. El glaciar Myrdalsjokull no es ni de largo tan grande como el enorme Vatnajokull, pero la proximidad de los hielos perpetuos, visibles desde la carretera, nos hicieron desviar.  Unos 5 kilómetros de retorcida pista de tierra nos hicieron derrapar en varias ocasiones hasta un improvisado parking situado en un valle pedregoso a pocos cientos de metros de la lengua del glaciar. Allí había una furgoneta donde podías alquilar crampones y piolets -y un guía- para realizar excursiones por encima del hielo. Pensamos que esta actividad quizá sería mejor  hacerla cuando visitemos el Vatnajokull, y por tanto nos dimos la vuelta después de tomar algunas fotos.
La siguiente parada fue un poco más adelante, en Skogarfoss, quizá una de las más bellas cataratas de Islandia por su forma y sus proporciones. A estas alturas de la narración, el lector avezado se habrá dado cuenta que todas las cataratas en Islandia acaban en “foss”, que obviamente significa “catarata”. De la misma manera “jokull” significa glaciar y “fjord” fiordo. Con estas tres palabras casi te puedes desenvolver descifrando la toponimia islandesa.
Skogarfoss se mostraba imponente. El escalón de más de 70 metros que salvaba el agua estaba completamente tapizado de verde, de la misma manera que Seljalanfoss, la catarata que visitamos ayer. Si Seljalanfoss puedes visitarla “por dentro”, en Skogarfoss  lo  puedes hacer “desde arriba”, ya que puedes ascender hasta su cima por unas escaleras metálicas instaladas en uno de sus laterales. Desde lo más alto no se distingue mucho de la catarata, que cae justo desde tus pies, pero se pueden disfrutar de unas vistas alucinantes del recorrido del río que va serpenteando hacia el mar, que se encuentra a pocos kilómetros. Es muy recomendable pararse a media subida, ya que existe un pequeño sendero que te lleva muy cerca del frontal de la catarata, observándola en todo su esplendor, y además engalanada con un precioso arco iris.
Nuevamente en el coche pasamos de largo, aún en sentido oeste, la catarata Seljalandfoss que ya vimos ayer y su compañera más pequeña Glufrafoss, y continuamos hacia el valle de Thorsmork, una de los parajes naturales más preciados por los excursionistas. Desde allí puedes realizar infinidad de trekkings que te acercan al glaciar Myrdalsjokull desde el oeste. Pero para llegar hasta allí tienes que adentrarte en el lecho pedregoso del río, que se abre paso entre las montañas volcánicas formando el valle. La pista transita muchos kilómetros por el mismísimo río, que hay que cruzar innumerables veces. En muchas de ellas, el nivel del agua alcanzaba el parabrisas de nuestro Nissan Pathfinder!! En uno de estos vadeos, quizá el más largo y profundo, la recompensa era bien visible: llegar hasta un pequeño lago de aguas tranquilas donde desembocaba otra de las lenguas del glaciar. Azules intensos, blancos perfectos y una sensación de paz increíble. Pero para eso tenemos que cruzar el río. Temeroso al principio, me envalentoné al divisar otro 4x4 al otro lado. Estaba mejor preparado que el nuestro, y por ello que hubiera pasado antes que nosotros no nos daba garantía de éxito, pero nos podrían echar una mano si nos quedábamos atrapados en las frías aguas. Así que tomé una honda respiración y apreté el acelerador. El agua quería enfilarse por nuestro parabrisas, y miraba curiosa por las ventanillas laterales, pero no pudo entrar.  Una vez en la orilla contraria, orgullosos de nuestra hazaña, pudimos disfrutar aún con la adrenalina en nuestras venas de la magnífica visión del lago y el glaciar helado. 

Llegamos al camping que existe en Thorsmork tras unos 40 kilómetros y casi hora y media de camino. Desde allí salen trekkings que ascienden por las montañas para poder ver todo el valle en su conjunto, pero lo inestable del tiempo -no llovía pero había negros nubarrones sobre nuestras cabezas- hizo que nos diéramos la vuelta. Finalmente retornamos por el mismo camino, ya con un ritmo más alegre al vadear los ríos sabiéndonos superiores. Y ese fue el gran fallo. Nadie es superior a la Naturaleza, y nosotros comenzamos a aprender la lección. En uno de los vadeos, siguiendo las huellas de otros coches, varié ligeramente la trayectoria que había seguido en el camino de ida, pero sin disminuir mi ritmo. Noté cómo las piedras golpeaban los bajos del Pathfinder de una manera más acusada que en los vadeos anteriores. Pero confié en la robustez del 4x4 nipón y continuamos camino hasta la carretera principal, no sin dar algún que otro vistazo rápido al indicador de la temperatura del vehículo, por si encontraba algo anormal.

La siguiente parada nos llevaba nuevamente cerca de nuestro hotel, a los acantilados de Dyrholaey para el avistamiento de aves. Allí, en lo alto de la peña que se extendía a pocos metros del mar, mirando al horizonte formado por unos cuantos kilómetros de playas de arena volcánica negra completamente desiertas fui consciente del problema. Al comer nuestro habitual sandwich del mediodía me doy cuenta del desastre, de la gran mancha de aceite debajo de nuestro coche. No era un goteo, era casi un chorreo! Afortunadamente, tras la rápida inspección ocular, no veo ningún agujero visible, sino que toda la junta del cárter rezuma aceite por varios puntos. El golpe en las rocas del lecho del río de Thorsmork lo había desplazado hacia atrás, perdiendo así su estanqueidad. Abortamos rápidamente lo del avistamiento de pájaros, llamamos al teléfono de asistencia que nos habían dado al alquilar el coche y nos recomendaron dirigimos a Vík -a la postre, aunque tenga escasos 300 habitantes era el pueblo más grande de la zona- en busca de un taller de reparación de vehículos. A las afueras del pueblo encontramos, junto a una desierta gasolinera, el taller. 
- Hemos tenido un problema con el coche. ¿Nos podrían ayudar?- dije a un joven con mono de mecánico que arreglaba unas enormes ruedas de tractor en la puerta del taller. 


- Claro!, le echaré un vistazo-dijo. Tras meterse bajo el coche, puso mala cara, la misma que puse yo cuando vi el charco de aceite.

- He de consultarlo con el jefe. Un momento- dijo mientras desaparecía por la puerta del taller. Al poco rato un fornido islandés pelirrojo, de los de bigote vikingo se acercó al coche, saludó con un gruñido y se metió a observar los bajos del Pathfinder. Afortunadamente su cara inexpresiva no cambió al acabar de examinar el estropicio, lo que me daba alguna esperanza. Asintió ligeramente y habló en islandés con el joven. Nos arreglarían el coche!
Así, en poco más de una hora, y por unos 70€ nos repararon el cárter a golpe de maza, y nos lo sellaron nuevamente -ni me imagino intentar reparar el cárter en un taller español, seguramente nos hubieran dado cita para dos días después-. A eso de las 6 de la tarde y aún con muchas horas de luz por delante, retornamos a ver los pájaros en los acantilados de Dyrholaey.
Dyrholaey es una gran peña rocosa que se adentra en el océano formando un arco, un puente hacia ningún sitio. Tras pasar el faro, puedes seguir unos pequeños senderos hasta el mismo final de la peña, donde se concentran la mayoría de las aves. Frailecillos solamente vimos 4 o 5 a lo lejos, pero había multitud de gaviotas que planeaban majestuosamente sobre nuestras cabezas e incluso bajo nuestros pies, cuando nos acercábamos al borde de los acantilados.  Fue un momento de paz y de tranquilidad. El viento nos hacía imaginar que casi volábamos al lado de las gaviotas que salían desde arriba, desde abajo, desde cualquier rincón. Después de la tensión y la adrenalina de todo el día ese fue un buen momento. Acordamos buscar otro lugar más definido para observar los frailecillos y retornamos al hotel a disfrutar nuevamente de una cena buffet y reponer fuerzas después de los sobresaltos del día.



ACTUALIZACIÓN:

El volcán que ha entrado durante el mes de Marzo de 2010 en erupción, el Eyjafjallajökull se encuentra debajo del glaciar situado al sur deThorsmork, y del que cuelgan las lenguas de hielo que vimos durante la ruta hacia allí. De hecho Eyjafjallajökull es el nombre del propio glaciar.

ISLANDIA (4): DE GEYSERS, CATARATAS Y VOLCANES




Martes, 28/7/09: FLÚDIR - VÍK
El día se levantó con una ligera lluvia y bastante viento que acentuó bastante la sensación de frío. Tras un buen desayuno en el hotel, nos dirigimos al parking donde esperaba nuestro Pathfinder. El coche comenzaba a ser un miembro más de la expedición, no en vano pasamos muchas horas y muchas aventuras en él. Hoy, parte de nuestro plan era completar los otros dos lados del Triángulo de Oro. 
En primer lugar nos dirigimos a Geysir, famoso por alojar los surtidores de agua y vapor que dieron nombre mundial al fenómeno. Una media hora de camino, mayoritariamente por carretera asfaltada, nos acercó hasta el lugar. A las afueras de un apacible pueblo un par de casas bajas hacían de centro de interpretación y de museo. Lo primero que encuentras sorprendente es que el recinto está cercado por una pequeña valla de alambre, donde existe una pequeña puerta que no impediría el acceso a nadie que realmente quisiera entrar. Me imagino cuán fantasmagórico puede llegar a ser el surtidor en una noche cerrada. Justo al entrar descubres que el paso del tiempo no respeta la fama. Geysir es el nombre del surtidor más famoso de la historia, pero desde hace unos años está prácticamente mudo. Pasas por su lado solamente prestando atención a una piedra con su nombre grabado, como si de una lápida mortuoria se tratara. Ahora la fama y todo el protagonismo se lo lleva Strokkur, un surtidor vecino unas decenas de metros más abajo, no tan alto y poderoso como el viejo Geysir, pero también muy espectacular. 
Cuando alcanzamos la pequeña cuerda que te impide acercarte a la caldera de agua hirviente, un grupo de turistas ya estaba esperando la emanación de agua y vapor. La verdad es que la situación es un poco ridícula: una veintena de personas alrededor de una poza de agua caliente esperando cámara en mano para inmortalizar el evento. Y esperas y esperas sin saber muy bien qué va a pasar. Pero la primera vez que lo ves es simplemente espectacular. Strokkur despierta cada 5 a 10 minutos lanzando agua a 120ºC a unos 25 metros de altura. Nos cogió de sorpresa la primera vez, pero a fuerza de verlo durante un rato comienzas a apreciar ligeras señales que te indicaban cuándo se iba a producir el fenómeno, como quizá un aumento de los movimientos del agua, o algunas burbujas de ebullición en la superficie. 
El funcionamiento de estos surtidores es simple. No es más que un agujero formado por la erosión de agua superficial que se va colando por el resquebrajado subsuelo islandés hasta encontrar, decenas de metros más abajo, con una bolsa de magma caliente que hace hervir el agua. El vapor no tiene otro modo de salir a la superficie que por dicho agujero, impulsando todo el agua que tiene por encima hacia el exterior. Después de la erupción, comienza nuevamente el proceso: el agua vuelve a colarse por el agujero, y tardará unos minutos a volverse a calentar y volver a erupcionar.
Lo fotografiamos y plasmamos en vídeo hasta la saciedad y pude realizar una de las fotos que más me sorprendieron cuando la vi al preparar el viaje: cuando el vapor empuja al agua que tiene por encima, se forma una sorprendente burbuja azul de agua en la superficie del agujero. Unas certeras ráfagas con mi Nikon D300 la pudieron captar sin dificultad.
Continuaba lloviendo ligeramente pero aún así nos fuimos del lugar con una sonrisa en los labios, conscientes de haber visitado un fenómeno que, aunque no es exclusivo de Islandia, sí es precisamente en este lugar donde se hizo famoso. Ahora nos dirigiremos al tercer lado del Triángulo de Oro y otro plato fuerte del viaje: las grandiosas cataratas Gullfoss.
A pocos kilómetros de Geysir se encuentran quizá las cataratas más famosas de Islandia, y seguramente por eso fue el lugar donde encontramos más turistas. Llegas al parking y al bar que se encuentra a un lado de la carretera de acceso, y aún no puedes ver las cataratas, que se encuentran más abajo, en la falla que se encuentra próxima al complejo. Siguiendo el camino de madera que sale del bar, puedes optar por quedarte en lo alto de la falla para tener una visión panorámica de la catarata, o bajar por unas empinadas escaleras hacia el mismísimo salto de agua. El viento, que nos había respetado en la visita a los surtidores, no perdonó en Gullfoss. Era muy difícil mantener limpios los objetivos de las cámaras. La catarata es potente, muy ancha y con dos escalones, aunque no es especialmente alta. Bajando por las escaleras llegas a otro pequeño aparcamiento, donde existe una estatua en honor de Sigríður Tómasdóttir, hija del dueño de los terrenos donde se ubica la catarata, que amenazó a mediados del siglo pasado con tirarse por ella si se cumplían los planes de convertirla en una central eléctrica. Siguiendo el camino, se puede llegar hasta un saliente rocoso entre los dos escalones y casi tocar el agua que se precipita hacia el fondo del cañón en medio de un ruido ensordecedor.
Se nos hizo mediodía y ya comenzaba a ser consciente que no cumpliremos el plan de visitas previsto para hoy, pero lo podremos completar mañana, que tenemos un día más relajado. Así que nos dispusimos a recorrer un largo camino hacia el volcán Hekla, entre apacibles lagos rodeados de hierba y pistas de arena rojiza hasta que el volcán apareció nevado a nuestro frente con sus casi 1450 metros de altura. El Hekla es uno de los volcanes más activos de Europa, y su última erupción fue en el año 2000. Todo lo que hay a muchos kilómetros a su alrededor son campos y más campos de lava de las diferentes erupciones. Un indescriptible camino de ascenso por mares de lava nos llevó a un sendero donde otros coches ya habían parado -incluso algún otro 4x4- temerosos de  quedarse tirados a medio ascenso. Con el bloqueo de diferencial y el control de descenso activado pudimos llegar con el Nissan hasta casi la base del volcán, lugar donde se inician las excursiones a pie hasta lo alto de la montaña. Había dejado de llover, pero hacía bastante frío y viento. Fue allí donde nos preparamos el último almuerzo con las reservas de comida que llevábamos. Mañana tocará comprar más provisiones.
La bajada del volcán fue también espectacular, por paisajes absolutamente increíbles, con colores negros o grises, mares de diferentes tipos de lava que se extendían más allá del horizonte. Tras unos 50 km de pistas solitarias y algún que otro vadeo no excesivamente dificultoso, llegamos a las cataratas Seljalanfoss, una altísima cola de caballo de más de 70 metros de caída en unos verdes acantilados. Lo más sorprendente es que siguiendo un pequeño sendero puedes pasar por detrás de la columna de agua, en la oquedad formada por la erosión. Ni que decir tiene que es imprescindible proveerse de un chubasquero si no se quiere quedar calado hasta los huesos.
Como ya habíamos decidido anteriormente, dejamos diferentes lugares a visitar para el día siguiente y nos fuimos directamente a Vík -sí, y no es que hayamos vuelto a al pueblo de la comarca de Osona, ni tampoco es el lugar donde se fabrica el famoso bálsamo contra el catarro-. Recorrimos el pueblo de norte a sur y de este a oeste -no fue difícil, acabamos en 5 minutos- buscando el hotel Hofdabrekka. Una rápida consulta al GPS nos confirmó que el hotel no se encontraba en el núcleo urbano, sino a pocos kilómetros.  Sorprendentemente, el hotel era una granja rehabilitada, con pabellones alargados. Donde antaño durmieron pollos y gallinas, ahora lo haremos nosotros. Bastante gente en el hotel, incluso tuvimos que esperar para que nos dieran una mesa para cenar un buffet. No faltaría allí la sabrosísima carne de ballena, y es que en esta vida, no hay que dejar de probar nada. Retornando a nuestro pabellón reconvertido, vimos que frente a nuestra ventana existían unos cuantos jacuzzis al aire libre donde diversos huéspedes tomaban un baño caliente bajo la ligera llovizna que nos acompañó prácticamente todo el día. El fuerte olor a azufre que se desprendía de las bañeras me hizo desistir del remojón. Quizá mañana.

ISLANDIA (3): DE FUMAROLAS, ACANTILADOS Y FALLAS.




Lunes, 27/7/09: REYKJAVÍK - FLÚDIR
Como los días anteriores, amanece medio soleado, aunque la experiencia me dice que en estas latitudes el tiempo cambia de una manera rápida y hay que estar preparado para cualquier situación meteorológica.
Antes de abandonar la Reykjavík nos acercamos a un banco para cambiar moneda (aunque la mayoría de pagos los iba a hacer con VISA, no está de más disponer de efectivo para las pequeñas compras). En los próximos días no visitaremos ninguna ciudad grande -hay muy pocas ciudades grandes en Islandia- y se me antoja difícil encontrar un banco para cambiar euros cuando lo necesite. Es recomendable vigilar el cambio oficial antes del viaje. A pesar de que Islandia sigue siendo uno de los países más caros de Europa, la brutal depreciación de la corona islandesa favoreció la decisión de viajar ese verano: los precios al cambio estaban al 50% respecto a años anteriores -pero insisto que sigue siendo muy caro-.
Salimos de la ciudad por la misma autovía que nos trajo de Keflavik, la 41 (será el único tramo de dos carriles que veremos en toda la isla) hacia la península de Reykjanes. A unos 25 km de Reykjavík nos desviamos por carreteras secundarias hacia el este. Ya comenzamos a ver terreno completamente cubierto de coladas de lava, muy cerca de las poblaciones costeras. En pocos kilómetros desaparece el asfalto y pisamos nuestra primera pista. Son muy rápidas, limitadas a 70 km/h, aunque en la mayoría de tramos es difícil llegar a esa velocidad. Salvo excepciones, no suelen ser nada rectas, sino que son una sucesión de curvas caprichosas, pero que confieren al viaje un toque pintoresco. Al igual que las carreteras convencionales, las pistas también están indicadas con un número. La mayoría de las que cogimos en este viaje se podrían hacer -con bastante cuidado- con un coche convencional, aunque algunos tramos llenos de socavones y charcos embarrados harían bajar el ritmo. En ese caso deberíamos tener especial atención al ver la letra “F” al inicio de una pista: indica que solamente es apta para 4x4. Nuestra primera pista islandesa fue la número 42.
El paisaje se volvió agreste, casi lunar. De los últimos vestigios de casas y fábricas en las poblaciones cercanas a Reykjavík pasamos a la nada casi absoluta. Sin casas, sin árboles -una constante en casi toda la isla-, sin vegetación. La carretera serpentea entre las  montañas y paramos enseguida, ávidos de comenzar a sacar fotos del paisaje. Saco el trípode del enorme maletero y me dispongo a realizar la primera panorámica. El trípode es un elemento indispensable para el viajero fotógrafo en Islandia, no solamente para utilizarlo con grandes focales, sino también para realizar fotos con mayor profundidad de campo y mayor definición, pudiendo así utilizar velocidades relativamente lentas y cerrando el diafragma.
Cuatro curvas más y llegamos al lago Kleifarvatn, que nos sorprendió apareciendo de detrás de un cambio de rasante. Completamente apacible, como muerto, y rodeado de rojizas montañas rocosas sin visos de vegetación. Completamente marciano. Segunda parada fotográfica; si seguimos así no llegaremos nunca, pero… en eso consistía, no? Es un viaje fotográfico!
Unos kilómetros más por la citada pista 42 y llegamos a la zona geotermal de Krysuvík. Veremos durante el viaje otras zonas geotermales incluso mejores, donde la energía de la Tierra parece escaparse por las pequeñas rendijas del suelo islandés. Pero la primera vez que ves, sientes y hueles una sulfatara es sorprendente.  Diversas fumarolas se encargan de enrarecer un ambiente con olor a azufre mientras desprenden un humeante vapor. Un pequeño aparcamiento con un lavabo portátil y unas tarimas de madera que marcan el recorrido son las únicas instalaciones humanas, el resto es pura naturaleza; los islandeses han facilitado la visita turística a estos lugares casi sin entorpecer el entorno natural. 
Fuimos sorteando diversos lodazales humeantes con un olor a azufre que en un primer momento parecía insoportable, pero al que nuesta nariz se fue acostumbrando poco a poco. Además, es el olor que tendremos que soportar cada vez que tomemos una ducha, ya que la mayoría de las instalaciones de agua caliente de Islandia provienen de agua calentada de forma natural por el subsuelo. Ascendimos por la ladera, adquiriendo cada vez mayor perspectiva sobre la zona. El viento arreciaba, pero al menos el día era soleado.
Nuevamente en el coche, pero no por mucho tiempo, ya que unos cientos de metros más allá en la carretera observamos unos magníficos caballos islandeses pastando apaciblemente. Sacamos cámaras y objetivos y disfrutamos unos minutos de la tranquilidad que nos proporcionaron estos animales, que incluso se acercaron a curiosear. Durante el viaje nos encontraríamos multitud de caballos, muchos de ellos campando a sus anchas, y otras muchas guiados por jinetes que los trasladaban de un lado para otro. Los caballos islandeses suelen ser rojizos, de crin rubia y aunque proporcionados, son más pequeños de lo normal, pero sin llegar a ser ponys. Realmente tienen una estampa muy elegante.
Continuamos por una pista no muy buena, -solo apta para vehículos 4x4- y cruzando nuestro primer “charco” llegamos a los acantilados de Krisuvikurberg. Una magnífica explanada de hierba de más de 200 metros de largo se extendía hasta el borde del acantilado. 70 metros más abajo el océano rompe con fuerza, mientras las gaviotas y algún frailecillo (nuestros primeros puffins) van y vienen revoloteando cerca nuestro. En el viaje a Islandia pretendía fotografiar tanto paisajes como fauna, y esta era la primera parada para la fotografía de aves. Los acantilados estaban repletos de nidos llenos de excrementos y las crías esperaban pacientemente a que sus padres llegaran con la comida. 
Tras una hora contemplando aves y alguna cabra que se nos acercaba por la retaguardia, continuamos la pista hacia el este. Cada vez se presenta más inhóspita, e incluso la perdemos de vista en varias ocasiones, no teniendo más remedio que evolucionar sobre las rocas de lava. La ruta estaba marcada en el GPS y salía señalada como una senda, pero en varias ocasiones me arrepentí de haberla seguido. Piedras, piedras y más piedras en un camino que discurría a pocos metros de los acantilados. Escalones de roca que el Pathfinder a duras penas pudo salvar, pérdidas de orientación en algunos momentos… tuvimos aventura a raudales en nuestro primer día “salvaje” en Islandia. En total, 1 hora y 20 minutos para hace unos 5 km que nos llevaron nuevamente a la carretera 42!
Ya en carreteras más normales -aunque algunas de ellas ya eran pistas de tierra- nuestra ruta nos llevaba hacia el este, hasta Selfoss, para luego ascender rumbo norte, pero esta vez por el interior, hasta llegar a Thingvellir, uno de los lados del llamado “triángulo de oro” de Islandia, juntamente con las cataratas Gullfoss y los surtidores de Geysir.  No es que sean los lugares más espectaculares de la isla, pero sí que son los que están relativamente cerca de la capital, y por tanto visitados por los turistas menos aventureros.
Llegamos a Thingvellir sobre las 17h -aunque en este viaje no tendremos problemas de luz por llegar con la tarde ya avanzada-. El lugar es famoso porque se trata de una tremenda falla que separa las placas tectónicas americana y euroasiática. Dejamos el coche en el parking y nos disponemos a recorrer alguno de los senderos perfectamente señalizados. El primero, atravesando el río, nos lleva hasta el centro de visitantes, donde un par de maquetas explican la orografía del terreno. Posteriormente el camino discurre por el mismo centro de la falla, que separa las dos placas tectónicas del orden de 2mm por año. El paseo se extiende hasta la Catarata de Ox (nuestra primera catarata…), con sus escasos 10 metros de caída. En este lugar se realizaban hace más de mil años las reuniones de los diferentes clanes, a modo de parlamento anual al aire libre, y por eso tiene también un significado especial para los islandeses.
Ya solamente quedaba llegar a Fúdir, donde teníamos reserva de hotel. Llegar hasta allí fue todo un ejercicio de orientación, ya que no había ninguna carretera principal que nos llevara desde Thingvellir. Multitud de cambios de carretera intentando acortar, y  más de 120 kilómetros de pistas de tierra, improvisando en varios casos debido a que los ríos que había que vadear se encontraban más altos de lo deseable. 
Exhaustos, y tras más de 300km a nuestras espaldas, llegamos al Icelandair Hotel en Flúdir (la población no son más que cuatro casas mal contadas). Icelandair es la compañía aérea principal en Islandia, y dispone de media docena de hoteles repartidos por toda la isla, modernos y confortables. El precio de las habitaciones en cualquier hotel islandés no baja al cambio de los 100€, y ésta no sería una excepción.
-¿Hay algún restaurante cercano?- preguntamos a la amable recepcionista de nuestro hotel.
- No, en el pueblo no hay restaurantes, pero podéis probar en el Guest House del otro lado de la carretera-. 
Me sorprendió la franqueza de la recepcionista, que en ningún momento sugirió que nos quedáramos en el caro restaurante del hotel. Así que cruzamos la carretera y nos fuimos a cenar una comida típicamente americana al Guest House vecino. Eran las 8 y media de la tarde y estaban cerrando la cocina. Nota mental para los días siguientes: cuando hay pocos establecimientos para cenar, mejor seguir las costumbres locales y cenar pronto!
En definitiva, un día emocionante, combinando paisajes, fauna, aventura, conducción, navegación en un entorno natural completamente salvaje. Nuestro primer día en el sur de Islandia no me defraudó en absoluto.

ISLANDIA (2): DE CAPITALES TRANQUILAS. REYKJAVÍK



Domingo, 26/7/09: REYKJAVÍK
Son las 8 y media de la mañana y el día ha amanecido nublado. Bueno, el día hace horas que ha amanecido, ya que a las 3 de la madrugada ha comenzado a clarear. Una de las cosas que me atraía de Islandia era lo cortas que son las noches en verano. No llegamos a tiempo de ver el sol de medianoche, fenómeno que puede observarse en junio, pero tenía curiosidad por saber qué se sentía viendo el sol a intempestivas horas nocturnas. Por ello dejamos las cortinas opacas de nuestra habitación algo entreabiertas, para ir observando la evolución de la luminosidad durante la noche. A eso de las tres de la mañana observé por el rabillo del ojo un cielo azul eléctrico que anunciaba el despuntar del alba; lo que los fotógrafos conocemos como la hora azul.
El día nos lo tomamos de aclimatación. Nos movimos por la ciudad y descansamos del día de viaje de ayer. Al ser domingo  no tuvimos ningún problema en dejar el coche en la zona azul donde lo dejamos ayer tarde, ya que los fines de semana no se paga. 
Comenzamos por Austurvellur, la plaza del Ayuntamiento. La primera impresión fue de tranquilidad total. Una plaza con jardines y una estatua de Jon Sigurdsson, líder del movimiento de independencia islandés del siglo XIX, en el centro. Poca gente pasando por ella, aunque el Café París ya tiene montadas sus mesas en la terraza. De momento estaba vacía, pero por la tarde vimos que este es un lugar de reunión de la “gente guay” islandesa, y no es difícil ver coches de marca aparcados en los alrededores. En la apacible plaza destaca el edificio del Parlamento islandés, un sobrio edificio de piedra de dos plantas, junto a la Domkirkja, una pequeña iglesia muy al estilo nórdico. Desde allí fuimos a la zona de Landakot, repleta de embajadas de los diferentes países, donde se respira una tranquilidad a la que ya nos vamos acostumbrando. Allí se sitúa la Landakotskirkja, la Catedral Cristiana de Reykjavík, de donde surgían envolventes cánticos, ya que llegamos a la hora de la misa. 
Volvimos sobre nuestros pasos hasta el Lago Tjornen que ya visitamos ayer tarde, pasando primero por el Reykjavík City Hall, literalmente sumergido en el lago, donde existe una maqueta de toda la isla a escala 1:50000 (o sea, muy grande) con todas las curvas de nivel. Una visita muy interesante para conocer a qué nos vamos a enfrentar en los próximos días.
Las calles del centro de Reykjavík se sucedían unas tras otras, formadas por las típicas casitas de vivos colores con paredes de chapa ondulada que las aíslan del frío. Así llegamos hasta la majestuosa Catedral protestante de la ciudad, Hallgrimskirkja que presenta unos feos andamios por la restauración en su fachada. Era uno de los puntos de interés de la capital, debido a su curiosa forma, imitando las columnas basálticas representativas de muchos lugares de Islandia.  El interior sorprende por su luz, y por el gigantesco órgano, pero es más buen austera moderna.
La comida era uno de los problemas previsibles en este viaje, ya que nos encontraremos pocos lugares para comer a lo largo del recorrido. Para aclimatarnos, decidimos hacernos unos sandwiches con los fiambres comprada en un supermercado cercano a la catedral, justo cuando comenzó a llover ligeramente. Nos resguardamos en uno de los laterales de la catedral donde plantamos el improvisado campamento y dimos cuenta de las viandas.
La lluvia no cesaba, y regresamos hasta el coche. Ya habíamos recorrido a pie la parte central de la ciudad, y era hora de explorar los alrededores. Nos acercarnos hasta Seltjarnarnes, el faro de Reykjavík, situado en una pequeña península que se adentra en el océano hacia el oeste. Con la marea alta se convierte en una isla, pero no era el caso y pudimos acceder hasta ella. Visitamos los alrededores del faro y las dos casitas anexas en una soledad insospechada para estar en una capital. Un gran número de lo que posteriormente identificamos como charranes árticos revoloteaban incesantemente. Cerca nuestro observamos un pequeño polluelo que llamaba incesantemente a su madre, que acudió presta en su defensa realizando varias pasadas rasantes sobre nuestras cabezas en actitud claramente amenazadora. Su vuelo fue lo suficientemente disuasorio para que acabáramos alejándonos prudencialmente del polluelo.
Otra de las visitas apetecibles era un extraño lugar llamado Perlan. Antiguamente fueron unos tanques de una central geotérmica, y hoy se ha reconvertido en un restaurante cafetería. Afortunadamente ha dejado de llover, y su situación desde lo alto de una colina permite contemplar una magnífica panorámica de toda la ciudad y de su aeropuerto. Dentro de la Perla se encuentra un enorme surtidor de agua que cada cinco minutos exactos suelta un chorro de varios metros de altura que llega hasta lo más alto del interior de la cúpula, imitando a los géisers que tendremos oportunidad de ver durante el viaje.
Ya de vuelta hacia el hotel, paramos en una iglesia de las afueras, Háteigschurch, de  un blanco inmaculado con dos puntiagudas y estilizadas torres de pizarra negra. Tras un intento infructuoso por entrar, volvimos al centro aparcando el coche en los alrededores del hotel. Nos tomamos una cerveza en un pub con mucho sabor inglés: pequeñito, con mesitas pegadas a las paredes forradas de madera y un patio interior donde la gente salí a fumar. Desde un ordenador -un MacBookPro- la barman iba pinchando música para amenizar la tarde.

 La oferta gastronómica de Reykjavík se nos acabó rápidamente, pero es que no queríamos sucumbir a la turistada de comer una pechuga de puffin o carne de ballena. Leímos en varias guías que huyéramos de la carne de ballena, para no potenciar las pocas capturas legales que tienen los islandeses. Al funal, acabamos cenando en un mexicano de la calle Laugavegur, ni bueno ni malo, pero donde al menos hablaban castellano. Nos retiramos a descansar, esta vez corriendo del todo las cortinas, ya que al día siguiente  comenzaba la verdadera aventura!

ISLANDIA (1): DE VUELOS, COCHES Y CAPITALES PEQUEÑAS


25/7/09. Día 1: BARCELONA-ALICANTE-KEFLAVIK-REYKJAVÍK
Iniciar un viaje largamente deseado siempre es emocionante. La preparación, las grandes expectativas, las largas tardes planificando… Sabes que al final tendrás la recompensa esperada, y esa recompensa comienza ahora, momentos antes de partir. Es el inicio de la aventura, el inicio de nuevas vivencias que seguro recordaré toda la vida. Lo que tenga que suceder, está a punto de hacerlo. Como decía Eduard Punset, no es parte de la felicidad la búsqueda de la misma?
La emoción de la noche anterior al viaje no te deja dormir lo deseable, pero también influyó el hecho de tener que viajar casi de madrugada hasta Alicante para  tomar nuestro vuelo a Islandia. Iceland Express tiene vuelos directos a Keflavik desde Barcelona, pero bastantes menos que desde Alicante (debe de existir una buena colonia islandesa buscando el calor de Benidorm). Creo recordar que los vuelos desde Barcelona solamente salen los sábados, y que además la llegada es a horas intempestivas por la noche, y por lo tanto pierdes un día. Desde Alicante llegas a media tarde, lo que te permite instalarte y estar ya preparado para la aventura a primera hora de la mañana del día siguiente. 
Así que lo más aconsejable fue volar a Keflavik vía Alicante. Nos embarcamos hacia allí en el Airbus 320 de Vueling que salía por la mañana… muy de mañana, a eso de las 7 y media. Del vuelo ni me acuerdo, porque nos quedamos dormimos casi antes del despegue. En una hora escasa llegamos al aeropuerto, donde nos esperaban casi 4 horas de escala hasta que saliera el vuelo que finalmente nos llevaría hasta la remota isla. Así que aprovechamos para leer, escuchar música o editar fotos. En la web de Iceland Express indica que los mostradores de facturación abren dos horas antes de la salida del vuelo, y por lo tanto, hacia allí a la hora exacta. Existían tres mostradores para realizar la facturación, y cuando llegamos los tres tenían una cola considerable… y además ya habían comenzado a facturar...  ¿De dónde había salido tanta gente? ¿Qué hacían ya en la cola? ¿No se comenzaba a facturar dos horas antes del vuelo? ¿Por qué ya llevaban un rato facturando? Seguro que fuimos los primeros en llegar al aeropuerto, pero seríamos los últimos en facturar, sobre todo por la curiosa habilidad que tengo de ponerme siempre en la cola más lenta.
Cuatro horas de vuelo en el Boeing 737-700 de Iceland Express y llegamos a Keflavik.  Un aeropuerto recogido, coqueto pero suficiente para la ciudad. Durante la llegada pudimos observar algún que otro Hercules en plataforma, ya que el Aeropuerto Internacional de Keflavik ha sido base de la OTAN durante años, y continúa teniendo una parte de uso militar. Reykjavík, consta también con otro aeropuerto, en pleno centro de la ciudad, que se usa fundamentalmente para vuelos regionales o de recreo. 
Lo primero que notamos al salir a la calle es la bajada de temperatura. El frío no era exagerado, unos 11ºC, pero para estar a finales de julio la temperatura se me antojaba verdaderamente baja. El choque térmico es grande, teniendo en cuenta el calor que venía haciendo en España durante las últimas semanas. Seguro que al final hasta lo agradeceremos. Por lo pronto ya eché en falta el polar que se encuentra dentro de mi maleta.
Recogemos las llaves del coche de alquiler en las oficinas de Budget. Quizá el alquiler del coche es una de las cosas a las que hay que prestar más atención cuando preparas un viaje a Islandia. Sin lugar a dudas, va a ser lo más caro. No es recomendable alquilar un coche “normal”, nada recomendable. Lo suyo es un 4x4. Aunque sea el más barato, y a pesar de la devaluación de la corona islandesa, alquilar un Suzuki Jimni durante 17 días nos costó más de 2.800 €.


Desea el seguro a todo riesgo o el normal? - preguntó la responsable de la oficina de alquiler.


Me quedé pensativo. Generalmente siempre escojo el seguro normal, pero con las carreteras que preveía en Islandia quizá sería mejor el de todo riesgo.

- Qué incluye? Están cubiertos los accidentes fuera de pista?

- No -dijo-. El seguro a todo riesgo solamente amplía la cuantía de la cobertura.
- Pues no, no me interesa.

Lo que pude concluir al final del viaje es que no hay ningún seguro que te cubra los bajos del vehículo, que es lo que sueles romper -como veremos- más frecuentemente en los trayectos por las pistas.
Tras unos momentos de pérdida buscando el parking de los coches de alquiler, finalmente lo encontramos. Nos habían advertido que nuestro pequeño 4x4 había sufrido un “upgrade” por no disponibilidad del Suzuki, pero lo que no esperábamos es que se fuera   a convertir en un enorme Nissan Pathfinder automático. Los primeros momentos en el parking fueron críticos: colocación de las maletas en el gigantesco maletero, instalación y puesta en marcha del genial Garmin GPSMap 60 CSx y arrancar en el angosto aparcamiento del aeropuerto. Adaptarse al gran tamaño del tanque y al cambio de marchas automático fue menos traumático de lo que pensaba; tras unos kilómetros de adaptación, supe que el Nissan y nos llevaríamos bien.
Llegamos a Reykjavík, que dista unos 40 km del aeropuerto de Keflavik. La capital de Islandia no deja de ser un pueblo grande. El Centerhotel Skalbreid se encuentra muy céntrico, en plena calle Laugavegur, una de las más céntricas y bulliciosas (si eso es posible, teniendo en cuenta que hablamos de un total de algo más de 150.000 habitantes) de la capital. Confort aceptable aunque la habitación algo pequeña. El detalle negativo fue el tramo de escaleras que hay que subir para llegar al ascensor. La recepción se encuentra un piso más arriba. Dejamos las cosas y nos realizamos una primera toma de contacto por los alrededores. 
Eran las 7 de la tarde y la calle Laugavegur aún parecía algo animada. La recorrimos un par de veces y al final acabamos cenando (aún con el sol en lo alto) en un italiano de la misma calle. Muy correcto, con buena variedad de pasta y pizza, y no me pareció excesivamente caro si no pedías vino.  Había algún turista recién llegado como nosotros, aunque abundaba la gente local. Ya dicen que los islandeses son mucho de salir de casa, sobre todo durante los pocos meses que pueden hacerlo. 

Tras la cena nos acercamos al frente marítimo en busca del drakkar vikingo, el típico barco de Vicky en versión escultura moderna. Las horas previas a la medianoche se transforman en esta época en una eterna puesta de sol, y así pudimos fotografiar a la peculiar escultura, quizá ya una de las estampas más conocidas de Reykjavík. 

Después hicimos una primera aproximación al lago Tjörnin, viendo la gran cantidad de patos que albergan sus aguas, sobre todo pensando que estamos en pleno centro de la capital. Mañana tenemos previsto verlo más en profundidad, pero no pudimos resistirnos visitarlo con el cielo crepuscular casi permanente que presenta la ciudad a esas horas de la noche. Dando un paseo por las calles adyacentes finalmente regresamos al hotel a regañadientes; la ciudad nos pedía más, pero nuestro cuerpo no respondía. El habernos levantado a las 5 de la mañana y que en España sea una hora más comenzaron a pasar factura. Caímos finalmente en la cama a las 23.20 de la noche, hora a la que había la suficiente claridad como para  poder  seguir leyendo sin encender la luz.  Lo más sorprendente es que 4 horas después volvió a salir el sol.