ISLANDIA (8): DE ÓRGANOS DE PIEDRA, HIELO E IGLESIAS DIMINUTAS


Sábado, 01/08/09: KIRKJUBAEJARKLAUSTUR - KIRKJUBAEJARKLAUSTUR
Comienza agosto. Puede que no sea así en realidad, pero es el mes que yo asocio más con el calor del verano. Pero el verano parece haberse olvidado de visitar esta remota isla. A pesar de todo, las temperaturas durante este viaje estás siendo lo suficientemente suaves como para que un polar y el gore-tex nos den el suficiente confort para disfrutar de la belleza natural del país.
A unos 60 kilómetros de Kirkjubaejarklaustur se encuentra el Parque Nacional de Skaftafell, lugar donde admirar el gigantesco glaciar Vatnajökull, o al menos alguna de sus numerosas lenguas de glaciar que bajan de su cumbre. Las imágenes del glaciar son espectaculares mientras te aproximas. Una gran planicie se extiende pocos kilómetros antes de llegar, formada por el aluvión de agua y barro que descendieron del glaciar en la última erupción de alguno de sus volcanes, allá por 1996. Un pequeño parking al lado de la carretera contiene unos paneles explicativos sobre lo que supuso esa erupción. 
Iniciamos primero una agradable excursión hasta la catarata Svartifoss, una de las más populares de Islandia por sus espectaculares columnas basálticas. La ruta parte de un concurrido camping a los pies del centro de información, y durante no más de una hora, va ascendiendo y serpenteando por el sotobosque cercano. Islandia es un país con pocos bosques y árboles, debido a la los rápidos ciclos de construcción-destrucción que impone la actividad volcánica, así como el extremismo de su climatología. El bosque de arbustos que atravesamos seguramente era la primera masa forestal -y casi la única- de todo el viaje.
A lo lejos se distingue una gran hondonada, y el GPS me indica que esa es la localización de Svartifoss a la que se llega por un pequeño camino de descenso, mientras comienzan a caer las primeras gotas de lluvia. La catarata es más pequeña de lo que me imaginaba, pero su pequeño tamaño -comparado con otras cataratas que ya hemos visto- no le resta ni un ápice de belleza. La columnas basálticas le confieren esa singularidad que la diferencia del resto. Se asemeja a un gran órgano de iglesia que cuelga de las paredes de la montaña, mientras el agua del deshielo resbala entre sus tubos brillantes.
Comienza a llover con más intensidad, pero nos quedamos en Svartifoss haciendo fotos, ya que el lugar merece unas buenas tomas y la poca luz y la lluvia no ayudan mucho. Un paseo entre las columnas y casi por detrás de la estrecha columna de agua sirve para darse cuenta del verdadero tamaño de las agujas basálticas. El regreso al camping lo realizamos por otro camino, y llegamos al coche verdaderamente empapados.
Repusimos fuerzas a base del manido sandwich, nos secamos en el coche en la medida de lo posible, y aprovechando que había cesado la lluvia, comenzamos a caminar en sentido contrario, hacia la lengua del glaciar. Desde lejos las tres lenguas que descendían de las blancas cumbres le daban a Skaftafell un aspecto imponente. Por un nada complicado camino se accede a un pequeño lago donde deshiela una de las lenguas del grandioso glaciar Vatnajökull. Sinceramente, no me pareció tan espectacular como pensaba. Aunque no llovía continuábamos mojados, y la temperatura comenzaba a bajar rápidamente al acercarnos al hielo, cosa que seguramente influyó en la impresión recibida. El blanco inmaculado se torna sucio al acercarse a la tierra volcánica. Las cenizas de erupciones pasadas -la última data de 1996- hacen que muchos de los hielos de miles de años de antigüedad parezcan sucios y casi despreciables. Pero el conjunto es sublime. Los hielos descienden desde más allá de las nubes, serpenteando hasta acabar a nuestros pies, ocupando toda la extensión del hueco que existe entre las montañas. El día no daba para más alegrías, y aun sabiendo que desde la zona se organizan excursiones por encima del hielo, desistimos de buscarlas. Quizá es una actividad más propia para mañanas soleadas.
De regreso a nuestro hotel, hicimos uno de los mayores descubrimientos del viaje. Circulando en sentido oeste por la Nacional 1 -la carretera que circunda toda la isla- vimos a un lado, no excesivamente alejadas, un grupito de casas. Esta diminuta aldea estaba formada por los tres cobertizos, que conservaban la estructura típica de las casas islandesas, con el techo cubierto de turba y hierba. A su lado, una pequeñísima iglesia del siglo XVIII, donde no cabrían más de 5 personas. También tenía el tejado completamente cubierto de hierba, lo que le daba un extraño aspecto. Fuera, seguía lloviendo con cierta intensidad, lo que no impidió que rodeáramos la iglesia, descubriendo el también diminuto camposanto en su parte posterior, dando vida a un anciano árbol que cobijaba a todo el conjunto.
Como aún era pronto, decidimos ir a la aventura, adentrándonos 30 kilómetros en una pista hacia el interior de la isla, siempre sinónimo de territorio salvaje y misterioso. Nos condujo a un inmenso mar de lava, casi con toda seguridad provinente del Laki. Lástima que nos vamos acostumbrando a estos enormes y espectaculares paisajes, porque la sorpresa comienza a ser rutina en este viaje. Después de comprobar nuevamente que cualquier rincón de Islandia es una sopresa grata, volvimos al hotel, a pasar la última noche en Kirkjubaejarklaustur.

ISLANDIA (7): DE CAMPOS DE LAVA Y SUELOS DE IGLESIA


Viernes, 31/7/09: KIRKJUBAEJARKLAUSTUR - KIRKJUBAEJARKLAUSTUR

Asentados en el Hotel Laki de Kirkjubaejarklaustur, la idea era pasar el día con una tranquila ruta en 4x4 por la zona, adentrándonos unos 50 km hacia el interior de la isla. Circular hacia el centro de la isla significa encontrase pistas de tierra, y eso en Islandia suele ser sinónimo de aventuras. La ruta nos llevaría hasta el volcán Laki, que en el siglo XVIII causó uno de los mayores desastres en la isla, con más de 9000 muertos. Sus coladas de lava llegaron incluso hasta el mar, como pudimos comprobar en la carretera a pocos kilómetros de nuestro hotel: sin aviso ninguno, y de manera repentina, el paisaje circundante se torna en campos de lava de varios metros de altura, extendiéndose durante varios kilómetros.
Salimos del hotel y rápidamente nos desviamos de la carretera principal en dirección norte por unas pistas. Las verdes colinas, el suave ondulado y la tranquilidad reinante no presagian que a la vuelta de cualquier curva puedes encontrarte con la maravilla más insospechada. Y así nos pasó con Fagrifoss, una imponente cascada que apareció sin avisar. El paisaje de verdes valles y caóticos riachuelos rápidamente se torna, otra vez de manera brusca, en grandiosos mares de lava recubiertos de un verde y mullido musgo de varios centímetros de espesor. Así vamos avanzando durante bastantes kilómetros, observando cómo de aquí y de allá van surgiendo pequeños conos volcánicos como si fueran setas. El día era radiante, y los colores rojizos y verdosos se iban alternando. Después de unas dos horas de camino -a ritmo muy lento no por la dificultad de las pistas sino por ir disfrutando del paisaje- llegamos a una serie de conos volcánicos y una falla de proporciones mayores. En un pequeño parking dejamos el Pathfinder y comenzamos un recorrido a pie de pocas centenas de metros. Andando puedes admirar con más detenimiento las juguetonas formas de las rocas volcánicas y el magma solidificado. Por uno de los senderos bien señalizados , llegamos a entrar en uno de los cientos de cráteres de la zona, que estaba hendido por una brecha en uno de sus laterales, una experiencia de lo más recomendable. 

Tras una parada para nuestra habitual comida sandwitchera, proseguimos camino de vuelta rodeando el famoso volcán Laki. El volcán defrauda por sus formas, para nada lo que esperas de un volcán. Y es que es un tipo de volcán que no tiene el típico cono, sino que la lava se escapaba de sus entrañas a través de grandes fisuras. Sus coladas de lava, desde lo alto de un cerro ventoso donde subimos, se pueden observar en varias direcciones. Las que se extendían hacia el sur no nos sorprendieron, ya que han sido las que hemos atravesado para llegar hasta allí. Pero hacia el norte, allá donde alcanzaba la vista, la lava moldeaba el paisaje a su antojo. Allá al fondo, el imponente glaciar Vatnajokull, a la postre el mayor de la isla, rompía la monotonía de la lava con sus impresionantes hielos perpetuos.
Otra vez en Kirkjubaejarklaustur, a media tarde, visitamos la  llamada “KirkjuGolf”, o el “suelo de la iglesia”, una curiosa formación de hexagonales rocas basálticas que simula ser un perfecto enlosetado construido por el ser humano. No deja de ser curiosa por las formas perfectas de sus rocas, pero en realidad es bastante pequeño y no merece una visita ex-proceso. Pero para aprovechar la tarde tan agradable que teníamos -sol y casi calor- fue suficiente.
Después fuimos a una pequeña cascada de los alrededores cercana a un camping, donde los islandeses comenzaban a pasar ya su fin de semana. Decenas de familias en sus caravanas o en sus tiendas jugaban a bádminton, leían en la tranquilidad de una hamaca o comenzaban a calentar la barbacoa para la cena. Y finalmente al hotel. Para hacer hambre, dimos un pequeño paseo hasta un lago cercano, acompañados de varios cientos de mosquitos. Nos dedicamos a fabricar preciosas y románticas ondas en la superficie del agua a base de pedradas, una paradoja muy islandesa, donde la furia y la destrucción generan belleza. Los islandeses lo saben; no suelen quejarse de las incomodidades o peligros causados por desastres naturales, ya que son conscientes de que esa destrucción de la naturaleza les ha regalado ese país tan maravilloso. Mientras, el sol intentaba sin conseguirlo ocultarse por el horizonte. Un día tranquilo, para compensar las aventuras de los días anteriores.

ISLANDIA (6): DE MONTAÑAS DE COLORES, VOLCANES Y EXTRAÑOS PAISAJES



Jueves, 30/7/09: VÍK - KIRKJUBAEJARKLAUSTUR


El día de hoy promete ser de los más especiales del viaje. Nos adentraremos por primera vez algunos kilómetros hacia el interior de la isla hasta Landmannalaugar. Este es un territorio hostil, inaccesible la mayor parte del año, pero que alberga los mejores paisajes naturales de toda la isla. Inquietantes montañas volcánicas, ríos de lava extinguida, valles inaccesibles y un sinfín de excursiones posibles. El trayecto discurre por unas pistas bastante más fáciles que las de días anteriores -aunque sí bastante más largas-, pasando por infinidad de vadeos de ríos, algunos de ellos bastante grandes. Ya tenemos la experiencia del día anterior y esta vez intentamos -con éxito- no dejarnos el cárter en ninguno de ellos.
El paisaje va cambiando a medida te adentras en la isla. De las verdes colinas y planicies pasamos a las pequeñas montañas más escarpadas y a los pequeños valles surcados por cientos de arroyos. Serpenteantes pistas forestales suben por aquí y por allá, cruzan los arroyos una y otra vez en una especie de danza que entrecruza sus trayectorias.
Fue un momento mágico. Oímos de lejos el sonido de sus cascos sobre la tierra volcánica y paramos el coche a un lado de la pista. Una gran manada de elegantes caballos islandeses apareció galopando de detrás de una loma en dirección contraria a la nuestra. En la inmensidad de la nada, rodeados de tanta belleza paisajística realmente fue un broche de oro. Y el trayecto no había hecho más que comenzar.
Nos llevó algo más de hora y media llegar a Landmannalaugar, que se encuentra a unos 70 kilómetros de la civilización. Es llamada la tierra de los 1000 colores -o algo así- y no defrauda en absoluto. En el lugar únicamente hay un camping y un refugio, base de multitud de excursiones. No nos cruzamos con demasiada gente en todo el trayecto, pero pudimos observar que el camping acogía a bastantes huéspedes. Dejamos el Nissan en uno de los parkings de la entrada y nos dispusimos a iniciar la excursión que llevamos planeada. Nos llevará hasta la cima del volcán Blahnukur, a la postre la montaña más alta de los alrededores. 

El camping se encuentra a los pies de un inmenso mar de lava proveniente del volcán. Esa lengua de material retorcido y cubierto de musgo y líquenes tiene varios kilómetros de largo, alguno de ancho y unos 10 metros de alto. La primera parte de nuestra excursión consiste en cruzar este mar de lava por unos caminos convenientemente señalados. El sol se combina con negros nubarrones que hacen que los colores de las montañas adyacentes vayan cambiando como si de un caleidoscopio se tratara. Tras atravesar la lava, llegamos a unas grandes sulfataras en la ladera de la llamada “ola sulfurosa” - Breinnisteinsalda en islandés-, un acúmulo de pequeñas rocas rojas formada íntegramente por riolitos. Otra de las excursiones de la zona asciende hasta esta montaña, pero el Blahnukur que tenemos en frente es algo más alto y promete mejores vistas. Así que atravesamos otra colada de lava hasta llegar a un río de unos 10 metros de anchura, que nos separa de la falda del volcán. Desde allí, la visión del Blahnukur es fantástica. Una arista baja serpenteante hasta el propio caudal del río, y es la escalaremos para llegar a la cima. El río de aguas heladas es el primer escollo en nuestro camino. Sabemos que lo mejor es descalzarnos y pasarlo sin mojarnos el calzado, pero el lecho formado por rocas y la temperatura del agua no invitan a hacerlo así. Buscamos durante unos minutos el mejor lugar para vadearlo y confié en la estanqueidad de las botas para que no entrara excesiva agua. El agua llegaba a media pantorrilla, por lo que al final acabamos con los pies completamente empapados.  Además, en ese momento comenzó a llover de manera más copiosa, por lo que el tener los pies mojados ya no suponía un problema importante. 

A pesar que la traducción de Blahnukur significa “montaña azul”, las laderas del volcán presentan un aspecto completamente negro, compuestas por pequeñas piedrecitas volcánicas que no proporcionan mucha seguridad en el ascenso.  Y allí comenzó la verdadera ascensión a la cima del volcán Blahnukur, de 945 metros inmersos en una lluvia que cada vez era más copiosa, y que en algunos momentos se convirtió en granizo. Pero las vistas que se comenzaban a ver eran simplemente geniales, los paisajes más surrealistas y asombrosos que yo recuerdo. La naturaleza mostraba sus mejores galas, haciendo honor al nombre de la “tierra de los 1000 colores”. Montañas de diversos colores, que pasaban del negro al azul, del rojo al amarillo o al verde, coronadas muchas de ellas por una capa de blanca nieve. Al llegar a la cima pudimos observar con claridad la lengua de lava que se dirigía hasta el camping, el Breinnisteinsalda a nuestras espaldas, y la inmensidad de las montañas de diversos colores que se adentraban hacia el interior de la isla hasta donde alcanzaba nuestra vista. 
Bajamos empapados por la otra arista -de color verde esta vez- hasta el camping en un recorrido zigzagueante, de piedrecitas sueltas pero fáciles, mucho más fáciles que la arista de subida. En total fueron unas 4 horas de trekking que realmente merecieron la pena a pesar del remojón. Nos secarnos un poco y nos comimos nuestro típico sandwich del mediodía, mientras descansamos algunos minutos en el coche.  
Desde allí nos fuimos a ver el cercano cráter de Ljotipollur, que tiene 14 kilómetros de contorno con sus paredes de piedra de rojo intenso, en cuyo interior - a varias decenas de metros por debajo- alberga un gigantesco lago. Sorprendente. 
Retornamos en medio de la incesante lluvia por las mismas pistas y a en el Laki Hotel de Kirkjubaejarklaustur. El nombre del pueblo, seguramente con más letras que habitantes, no significa nada más que “lugar con iglesia, convento y granja”. Los locales, le llaman simplemente “Kirkju”. Allí nos quedaremos algunos días, que nos servirán para conocer la zona cercana al volcán Laki, y para descansar un poco. De momento nos acomodamos en el moderno y acogedor hotel -aún con alguna zona en construcción- para descansar de nuestra pequeña aventura.