La Costa Amalfitana: 1. Barcelona-Sorrento


Miércoles, 28 de Enero de 2009

Un día de viaje siempre puede tener errores, y éste no fue una excepción. El nerviosismo inherente al propio viaje se junta con las prisas y las ganas de tenerlo todo listo y hace que aquello que tenías planificado, replanificado y revisado cien veces al final no salga como esperabas. Pero esa es una de las esencias del viaje, y me atrevería a decir que de la vida. Parar con el taxi en la terminal B del aeropuerto de El Prat cuando tu avión sale de la C, es un contratiempo. Han cambiado tanto de terminal las diferentes aerolíneas que ya me hago un lío. Pero la verdad es que no es excusa para unos amantes de la aviación como nosotros. Dios nos ampare cuando se ponga en funcionamiento la nueva terminal en Barcelona.

Así que nuestro viaje comenzó con díez minutos a pie entre terminales. El Vueling hasta Roma nos deparó una agradable compensación ya que la azafata nos solicitó que ocupáramos los asientos de salida de emergencia que se encontraban justo delante nuestro. Y es que la política de las compañías low cost de cobrar suplementos por sentarse en esos asientos más amplios conlleva que sean los últimos en llenarse, o como en nuestro caso, que aún estuvieran vacíos. Viajar en salida de emergencia tiene sus ventajas (innegables, tal y como están configurados hoy en día los asientos de todas las clases turistas de cualquier aerolínea, y más sin nos referimos a las low cost) pero también sus inconvenientes: además de no poder dejar nada a tus pies ni en tu falda durante el despegue y el aterrizaje, tienes que atender inexcusablemente a las explicaciones que te da la (o el) tripulante de cabina de pasajeros sobre cuándo y cómo abrir la portezuela. Mientas el resto de pasaje hace mil cosas menos mirar a la azafata que explican las normas de seguridad, tú tienes que poner todos los sentidos en lo que te está diciendo la señorita directamente a la cara. En pocas aerolíneas (y Vueling no fue una excepción) te explican que esa pequeña puerta por la que dicen que tenemos que salir en caso de emergencia y que tienes que quitar y arrojar por el hueco pesa más de 20 kilos!

Llegada a Roma sin retrasos. La elección de Roma como destino del vuelo habiendo alguno directo a Nápoles desde Barcelona era para poder aprovechar una mañana más de viaje, ya que el vuelo directo sale únicamente a media mañana, y ese día era laborable, así que era preferible, a costa de pagar una noche más de hotel, amanecer ya en Nápoles al día siguiente. Fue una verdadera excursión de casi media hora por las cintas transportadoras del Aeropuerto de Fiumicino, paradigma del laberinto aeroportuario que se vive en algunas ciudades, pero finalmente llegamos a la oficina de alquiler de coches.

Opel Astra familiar (maletero amplio, si señor) y rumbo a Napoli! Primer fallo de orientación al pasarnos la salida de la autopista, pero lo solucionamos con un cambio de sentido en pocos minutos. Cena (carísima) en un Autogrill de la autopista, mientras la camorra nos miraba atentamente desde el parking del restaurante. O al menos esa idea es la que viene a tu cabeza cuando ves a un grupo de 4 o 5 italianos parados al lado de un par de coches sin hacer nada más en el parquing del restaurante de la autopista a las 11 de la noche. No tenían mucha pinta de turistas, y la psicosis de estar tan cerca de Nápoles ya comienza a acusarse. Nos habían advertido muchas amistades que muchísimo cuidadito de exhibir nuestras enormes cámaras fotográficas en Nápoles ya que lo más seguro es que acabáramos sin ellas. Después de perder una Nikon hace pocos meses en la India, era lo que menos me apetecía, pero... habíamos venido precisamente a hacer fotos! Tras cenar sendos platos de pasta y ensalada, nos dispusimos a seguir ruta hacia nuestro destino. Al menos en el Autogrill nos obsequiaron con un par de libros de recetas de comida italiana que seguro que traduciremos y probaremos algún día al regreso.

Continuamos viaje y en algo más de dos horitas llegamos al hotel, no sin antes realizar diversos intentos desesperados de orientación con el GPS del iPhone. Y es que las conexiones a internet fallan cuando más lo necesitas: tras estar ahorrando conexión durante todo el viaje (era autopista, no había mucha pérdida), me dispuse a conectarlo justo al salir de la autopista. Y es que orientarse por una ciudad desconocida a altas horas de la noche cuando no teníamos una idea exacta de dónde estaba el hotel (estaba a las afueras de Castellmare d'Stabia, que pertenece a Sorrento y el Google Earth me daba dos localizaciones bien diferentes), era francamente difícil sin la ayuda de los satélites. Finalmente llegamos al Gran Hotel La Medusa, un palacete convertido en hotel con estancias amplias, jacuzzi en la habitación y tele plana en la pared. Una mezcla de modernidad y clasicismo que bien valdrá una reseña a parte más adelante. Son las 01.30 de la mañana y ahora ya toca dormir.

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