
Salimos del hotel y rápidamente nos desviamos de la carretera principal en dirección norte por unas pistas. Las verdes colinas, el suave ondulado y la tranquilidad reinante no presagian que a la vuelta de cualquier curva puedes encontrarte con la maravilla más insospechada. Y así nos pasó con Fagrifoss, una imponente cascada que apareció sin avisar. El paisaje de verdes valles y caóticos riachuelos rápidamente se torna, otra vez de manera brusca, en grandiosos mares de lava recubiertos de un verde y mullido musgo de varios centímetros de espesor. Así vamos avanzando durante bastantes kilómetros, observando cómo de aquí y de allá van surgiendo pequeños conos volcánicos como si fueran setas. El día era radiante, y los colores rojizos y verdosos se iban alternando. Después de unas dos horas de camino -a ritmo muy lento no por la dificultad de las pistas sino por ir disfrutando del paisaje- llegamos a una serie de conos volcánicos y una falla de proporciones mayores. En un pequeño parking dejamos el Pathfinder y comenzamos un recorrido a pie de pocas centenas de metros. Andando puedes admirar con más detenimiento las juguetonas formas de las rocas volcánicas y el magma solidificado. Por uno de los senderos bien señalizados , llegamos a entrar en uno de los cientos de cráteres de la zona, que estaba hendido por una brecha en uno de sus laterales, una experiencia de lo más recomendable.

Otra vez en Kirkjubaejarklaustur, a media tarde, visitamos la llamada “KirkjuGolf”, o el “suelo de la iglesia”, una curiosa formación de hexagonales rocas basálticas que simula ser un perfecto enlosetado construido por el ser humano. No deja de ser curiosa por las formas perfectas de sus rocas, pero en realidad es bastante pequeño y no merece una visita ex-proceso. Pero para aprovechar la tarde tan agradable que teníamos -sol y casi calor- fue suficiente.
Después fuimos a una pequeña cascada de los alrededores cercana a un camping, donde los islandeses comenzaban a pasar ya su fin de semana. Decenas de familias en sus caravanas o en sus tiendas jugaban a bádminton, leían en la tranquilidad de una hamaca o comenzaban a calentar la barbacoa para la cena. Y finalmente al hotel. Para hacer hambre, dimos un pequeño paseo hasta un lago cercano, acompañados de varios cientos de mosquitos. Nos dedicamos a fabricar preciosas y románticas ondas en la superficie del agua a base de pedradas, una paradoja muy islandesa, donde la furia y la destrucción generan belleza. Los islandeses lo saben; no suelen quejarse de las incomodidades o peligros causados por desastres naturales, ya que son conscientes de que esa destrucción de la naturaleza les ha regalado ese país tan maravilloso. Mientras, el sol intentaba sin conseguirlo ocultarse por el horizonte. Un día tranquilo, para compensar las aventuras de los días anteriores.
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