Miércoles, 29/7/09: VÍK - VÍK
No una sino varias eran las gotas de aceite que rezumaban del cárter de nuestro Pathfinder. La agradable comida en los acantilados de Dyrholaey casi se me atragantó cuando vi el gran charco negro bajo el coche. No presagiaba nada bueno. Pero esta historia comienza bastante antes, en la ducha de nuestra habitación del hotel Hofdabrekka.
Y es que la primera ducha con olor a huevos podridos de nuestro viaje -las canalizaciones del Hotel Hofdabrekka provienen directamente del subsuelo- no suele ser la mejor manera de comenzar el día. De todas maneras nos dispusimos a recuperar parte del recorrido que no hicimos ayer.
Comenzamos nuestra ruta por la carretera 1 en dirección oeste -al contrario de lo planeado- hasta el glaciar Myrdalsjokull. La carretera 1 es LA carretera. Da toda a la vuelta a la isla, y es la única que puede recorrerse con cierta seguridad durante los meses de invierno, a pesar que un 30% de la misma está sin asfaltar. El glaciar Myrdalsjokull no es ni de largo tan grande como el enorme Vatnajokull, pero la proximidad de los hielos perpetuos, visibles desde la carretera, nos hicieron desviar. Unos 5 kilómetros de retorcida pista de tierra nos hicieron derrapar en varias ocasiones hasta un improvisado parking situado en un valle pedregoso a pocos cientos de metros de la lengua del glaciar. Allí había una furgoneta donde podías alquilar crampones y piolets -y un guía- para realizar excursiones por encima del hielo. Pensamos que esta actividad quizá sería mejor hacerla cuando visitemos el Vatnajokull, y por tanto nos dimos la vuelta después de tomar algunas fotos.

Skogarfoss se mostraba imponente. El escalón de más de 70 metros que salvaba el agua estaba completamente tapizado de verde, de la misma manera que Seljalanfoss, la catarata que visitamos ayer. Si Seljalanfoss puedes visitarla “por dentro”, en Skogarfoss lo puedes hacer “desde arriba”, ya que puedes ascender hasta su cima por unas escaleras metálicas instaladas en uno de sus laterales. Desde lo más alto no se distingue mucho de la catarata, que cae justo desde tus pies, pero se pueden disfrutar de unas vistas alucinantes del recorrido del río que va serpenteando hacia el mar, que se encuentra a pocos kilómetros. Es muy recomendable pararse a media subida, ya que existe un pequeño sendero que te lleva muy cerca del frontal de la catarata, observándola en todo su esplendor, y además engalanada con un precioso arco iris.
Nuevamente en el coche pasamos de largo, aún en sentido oeste, la catarata Seljalandfoss que ya vimos ayer y su compañera más pequeña Glufrafoss, y continuamos hacia el valle de Thorsmork, una de los parajes naturales más preciados por los excursionistas. Desde allí puedes realizar infinidad de trekkings que te acercan al glaciar Myrdalsjokull desde el oeste. Pero para llegar hasta allí tienes que adentrarte en el lecho pedregoso del río, que se abre paso entre las montañas volcánicas formando el valle. La pista transita muchos kilómetros por el mismísimo río, que hay que cruzar innumerables veces. En muchas de ellas, el nivel del agua alcanzaba el parabrisas de nuestro Nissan Pathfinder!! En uno de estos vadeos, quizá el más largo y profundo, la recompensa era bien visible: llegar hasta un pequeño lago de aguas tranquilas donde desembocaba otra de las lenguas del glaciar. Azules intensos, blancos perfectos y una sensación de paz increíble. Pero para eso tenemos que cruzar el río. Temeroso al principio, me envalentoné al divisar otro 4x4 al otro lado. Estaba mejor preparado que el nuestro, y por ello que hubiera pasado antes que nosotros no nos daba garantía de éxito, pero nos podrían echar una mano si nos quedábamos atrapados en las frías aguas. Así que tomé una honda respiración y apreté el acelerador. El agua quería enfilarse por nuestro parabrisas, y miraba curiosa por las ventanillas laterales, pero no pudo entrar. Una vez en la orilla contraria, orgullosos de nuestra hazaña, pudimos disfrutar aún con la adrenalina en nuestras venas de la magnífica visión del lago y el glaciar helado.
Llegamos al camping que existe en Thorsmork tras unos 40 kilómetros y casi hora y media de camino. Desde allí salen trekkings que ascienden por las montañas para poder ver todo el valle en su conjunto, pero lo inestable del tiempo -no llovía pero había negros nubarrones sobre nuestras cabezas- hizo que nos diéramos la vuelta. Finalmente retornamos por el mismo camino, ya con un ritmo más alegre al vadear los ríos sabiéndonos superiores. Y ese fue el gran fallo. Nadie es superior a la Naturaleza, y nosotros comenzamos a aprender la lección. En uno de los vadeos, siguiendo las huellas de otros coches, varié ligeramente la trayectoria que había seguido en el camino de ida, pero sin disminuir mi ritmo. Noté cómo las piedras golpeaban los bajos del Pathfinder de una manera más acusada que en los vadeos anteriores. Pero confié en la robustez del 4x4 nipón y continuamos camino hasta la carretera principal, no sin dar algún que otro vistazo rápido al indicador de la temperatura del vehículo, por si encontraba algo anormal.

- Hemos tenido un problema con el coche. ¿Nos podrían ayudar?- dije a un joven con mono de mecánico que arreglaba unas enormes ruedas de tractor en la puerta del taller.
- Claro!, le echaré un vistazo-dijo. Tras meterse bajo el coche, puso mala cara, la misma que puse yo cuando vi el charco de aceite.
- He de consultarlo con el jefe. Un momento- dijo mientras desaparecía por la puerta del taller. Al poco rato un fornido islandés pelirrojo, de los de bigote vikingo se acercó al coche, saludó con un gruñido y se metió a observar los bajos del Pathfinder. Afortunadamente su cara inexpresiva no cambió al acabar de examinar el estropicio, lo que me daba alguna esperanza. Asintió ligeramente y habló en islandés con el joven. Nos arreglarían el coche!


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