ISLANDIA (2): DE CAPITALES TRANQUILAS. REYKJAVÍK



Domingo, 26/7/09: REYKJAVÍK
Son las 8 y media de la mañana y el día ha amanecido nublado. Bueno, el día hace horas que ha amanecido, ya que a las 3 de la madrugada ha comenzado a clarear. Una de las cosas que me atraía de Islandia era lo cortas que son las noches en verano. No llegamos a tiempo de ver el sol de medianoche, fenómeno que puede observarse en junio, pero tenía curiosidad por saber qué se sentía viendo el sol a intempestivas horas nocturnas. Por ello dejamos las cortinas opacas de nuestra habitación algo entreabiertas, para ir observando la evolución de la luminosidad durante la noche. A eso de las tres de la mañana observé por el rabillo del ojo un cielo azul eléctrico que anunciaba el despuntar del alba; lo que los fotógrafos conocemos como la hora azul.
El día nos lo tomamos de aclimatación. Nos movimos por la ciudad y descansamos del día de viaje de ayer. Al ser domingo  no tuvimos ningún problema en dejar el coche en la zona azul donde lo dejamos ayer tarde, ya que los fines de semana no se paga. 
Comenzamos por Austurvellur, la plaza del Ayuntamiento. La primera impresión fue de tranquilidad total. Una plaza con jardines y una estatua de Jon Sigurdsson, líder del movimiento de independencia islandés del siglo XIX, en el centro. Poca gente pasando por ella, aunque el Café París ya tiene montadas sus mesas en la terraza. De momento estaba vacía, pero por la tarde vimos que este es un lugar de reunión de la “gente guay” islandesa, y no es difícil ver coches de marca aparcados en los alrededores. En la apacible plaza destaca el edificio del Parlamento islandés, un sobrio edificio de piedra de dos plantas, junto a la Domkirkja, una pequeña iglesia muy al estilo nórdico. Desde allí fuimos a la zona de Landakot, repleta de embajadas de los diferentes países, donde se respira una tranquilidad a la que ya nos vamos acostumbrando. Allí se sitúa la Landakotskirkja, la Catedral Cristiana de Reykjavík, de donde surgían envolventes cánticos, ya que llegamos a la hora de la misa. 
Volvimos sobre nuestros pasos hasta el Lago Tjornen que ya visitamos ayer tarde, pasando primero por el Reykjavík City Hall, literalmente sumergido en el lago, donde existe una maqueta de toda la isla a escala 1:50000 (o sea, muy grande) con todas las curvas de nivel. Una visita muy interesante para conocer a qué nos vamos a enfrentar en los próximos días.
Las calles del centro de Reykjavík se sucedían unas tras otras, formadas por las típicas casitas de vivos colores con paredes de chapa ondulada que las aíslan del frío. Así llegamos hasta la majestuosa Catedral protestante de la ciudad, Hallgrimskirkja que presenta unos feos andamios por la restauración en su fachada. Era uno de los puntos de interés de la capital, debido a su curiosa forma, imitando las columnas basálticas representativas de muchos lugares de Islandia.  El interior sorprende por su luz, y por el gigantesco órgano, pero es más buen austera moderna.
La comida era uno de los problemas previsibles en este viaje, ya que nos encontraremos pocos lugares para comer a lo largo del recorrido. Para aclimatarnos, decidimos hacernos unos sandwiches con los fiambres comprada en un supermercado cercano a la catedral, justo cuando comenzó a llover ligeramente. Nos resguardamos en uno de los laterales de la catedral donde plantamos el improvisado campamento y dimos cuenta de las viandas.
La lluvia no cesaba, y regresamos hasta el coche. Ya habíamos recorrido a pie la parte central de la ciudad, y era hora de explorar los alrededores. Nos acercarnos hasta Seltjarnarnes, el faro de Reykjavík, situado en una pequeña península que se adentra en el océano hacia el oeste. Con la marea alta se convierte en una isla, pero no era el caso y pudimos acceder hasta ella. Visitamos los alrededores del faro y las dos casitas anexas en una soledad insospechada para estar en una capital. Un gran número de lo que posteriormente identificamos como charranes árticos revoloteaban incesantemente. Cerca nuestro observamos un pequeño polluelo que llamaba incesantemente a su madre, que acudió presta en su defensa realizando varias pasadas rasantes sobre nuestras cabezas en actitud claramente amenazadora. Su vuelo fue lo suficientemente disuasorio para que acabáramos alejándonos prudencialmente del polluelo.
Otra de las visitas apetecibles era un extraño lugar llamado Perlan. Antiguamente fueron unos tanques de una central geotérmica, y hoy se ha reconvertido en un restaurante cafetería. Afortunadamente ha dejado de llover, y su situación desde lo alto de una colina permite contemplar una magnífica panorámica de toda la ciudad y de su aeropuerto. Dentro de la Perla se encuentra un enorme surtidor de agua que cada cinco minutos exactos suelta un chorro de varios metros de altura que llega hasta lo más alto del interior de la cúpula, imitando a los géisers que tendremos oportunidad de ver durante el viaje.
Ya de vuelta hacia el hotel, paramos en una iglesia de las afueras, Háteigschurch, de  un blanco inmaculado con dos puntiagudas y estilizadas torres de pizarra negra. Tras un intento infructuoso por entrar, volvimos al centro aparcando el coche en los alrededores del hotel. Nos tomamos una cerveza en un pub con mucho sabor inglés: pequeñito, con mesitas pegadas a las paredes forradas de madera y un patio interior donde la gente salí a fumar. Desde un ordenador -un MacBookPro- la barman iba pinchando música para amenizar la tarde.

 La oferta gastronómica de Reykjavík se nos acabó rápidamente, pero es que no queríamos sucumbir a la turistada de comer una pechuga de puffin o carne de ballena. Leímos en varias guías que huyéramos de la carne de ballena, para no potenciar las pocas capturas legales que tienen los islandeses. Al funal, acabamos cenando en un mexicano de la calle Laugavegur, ni bueno ni malo, pero donde al menos hablaban castellano. Nos retiramos a descansar, esta vez corriendo del todo las cortinas, ya que al día siguiente  comenzaba la verdadera aventura!

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