ISLANDIA (4): DE GEYSERS, CATARATAS Y VOLCANES




Martes, 28/7/09: FLÚDIR - VÍK
El día se levantó con una ligera lluvia y bastante viento que acentuó bastante la sensación de frío. Tras un buen desayuno en el hotel, nos dirigimos al parking donde esperaba nuestro Pathfinder. El coche comenzaba a ser un miembro más de la expedición, no en vano pasamos muchas horas y muchas aventuras en él. Hoy, parte de nuestro plan era completar los otros dos lados del Triángulo de Oro. 
En primer lugar nos dirigimos a Geysir, famoso por alojar los surtidores de agua y vapor que dieron nombre mundial al fenómeno. Una media hora de camino, mayoritariamente por carretera asfaltada, nos acercó hasta el lugar. A las afueras de un apacible pueblo un par de casas bajas hacían de centro de interpretación y de museo. Lo primero que encuentras sorprendente es que el recinto está cercado por una pequeña valla de alambre, donde existe una pequeña puerta que no impediría el acceso a nadie que realmente quisiera entrar. Me imagino cuán fantasmagórico puede llegar a ser el surtidor en una noche cerrada. Justo al entrar descubres que el paso del tiempo no respeta la fama. Geysir es el nombre del surtidor más famoso de la historia, pero desde hace unos años está prácticamente mudo. Pasas por su lado solamente prestando atención a una piedra con su nombre grabado, como si de una lápida mortuoria se tratara. Ahora la fama y todo el protagonismo se lo lleva Strokkur, un surtidor vecino unas decenas de metros más abajo, no tan alto y poderoso como el viejo Geysir, pero también muy espectacular. 
Cuando alcanzamos la pequeña cuerda que te impide acercarte a la caldera de agua hirviente, un grupo de turistas ya estaba esperando la emanación de agua y vapor. La verdad es que la situación es un poco ridícula: una veintena de personas alrededor de una poza de agua caliente esperando cámara en mano para inmortalizar el evento. Y esperas y esperas sin saber muy bien qué va a pasar. Pero la primera vez que lo ves es simplemente espectacular. Strokkur despierta cada 5 a 10 minutos lanzando agua a 120ºC a unos 25 metros de altura. Nos cogió de sorpresa la primera vez, pero a fuerza de verlo durante un rato comienzas a apreciar ligeras señales que te indicaban cuándo se iba a producir el fenómeno, como quizá un aumento de los movimientos del agua, o algunas burbujas de ebullición en la superficie. 
El funcionamiento de estos surtidores es simple. No es más que un agujero formado por la erosión de agua superficial que se va colando por el resquebrajado subsuelo islandés hasta encontrar, decenas de metros más abajo, con una bolsa de magma caliente que hace hervir el agua. El vapor no tiene otro modo de salir a la superficie que por dicho agujero, impulsando todo el agua que tiene por encima hacia el exterior. Después de la erupción, comienza nuevamente el proceso: el agua vuelve a colarse por el agujero, y tardará unos minutos a volverse a calentar y volver a erupcionar.
Lo fotografiamos y plasmamos en vídeo hasta la saciedad y pude realizar una de las fotos que más me sorprendieron cuando la vi al preparar el viaje: cuando el vapor empuja al agua que tiene por encima, se forma una sorprendente burbuja azul de agua en la superficie del agujero. Unas certeras ráfagas con mi Nikon D300 la pudieron captar sin dificultad.
Continuaba lloviendo ligeramente pero aún así nos fuimos del lugar con una sonrisa en los labios, conscientes de haber visitado un fenómeno que, aunque no es exclusivo de Islandia, sí es precisamente en este lugar donde se hizo famoso. Ahora nos dirigiremos al tercer lado del Triángulo de Oro y otro plato fuerte del viaje: las grandiosas cataratas Gullfoss.
A pocos kilómetros de Geysir se encuentran quizá las cataratas más famosas de Islandia, y seguramente por eso fue el lugar donde encontramos más turistas. Llegas al parking y al bar que se encuentra a un lado de la carretera de acceso, y aún no puedes ver las cataratas, que se encuentran más abajo, en la falla que se encuentra próxima al complejo. Siguiendo el camino de madera que sale del bar, puedes optar por quedarte en lo alto de la falla para tener una visión panorámica de la catarata, o bajar por unas empinadas escaleras hacia el mismísimo salto de agua. El viento, que nos había respetado en la visita a los surtidores, no perdonó en Gullfoss. Era muy difícil mantener limpios los objetivos de las cámaras. La catarata es potente, muy ancha y con dos escalones, aunque no es especialmente alta. Bajando por las escaleras llegas a otro pequeño aparcamiento, donde existe una estatua en honor de Sigríður Tómasdóttir, hija del dueño de los terrenos donde se ubica la catarata, que amenazó a mediados del siglo pasado con tirarse por ella si se cumplían los planes de convertirla en una central eléctrica. Siguiendo el camino, se puede llegar hasta un saliente rocoso entre los dos escalones y casi tocar el agua que se precipita hacia el fondo del cañón en medio de un ruido ensordecedor.
Se nos hizo mediodía y ya comenzaba a ser consciente que no cumpliremos el plan de visitas previsto para hoy, pero lo podremos completar mañana, que tenemos un día más relajado. Así que nos dispusimos a recorrer un largo camino hacia el volcán Hekla, entre apacibles lagos rodeados de hierba y pistas de arena rojiza hasta que el volcán apareció nevado a nuestro frente con sus casi 1450 metros de altura. El Hekla es uno de los volcanes más activos de Europa, y su última erupción fue en el año 2000. Todo lo que hay a muchos kilómetros a su alrededor son campos y más campos de lava de las diferentes erupciones. Un indescriptible camino de ascenso por mares de lava nos llevó a un sendero donde otros coches ya habían parado -incluso algún otro 4x4- temerosos de  quedarse tirados a medio ascenso. Con el bloqueo de diferencial y el control de descenso activado pudimos llegar con el Nissan hasta casi la base del volcán, lugar donde se inician las excursiones a pie hasta lo alto de la montaña. Había dejado de llover, pero hacía bastante frío y viento. Fue allí donde nos preparamos el último almuerzo con las reservas de comida que llevábamos. Mañana tocará comprar más provisiones.
La bajada del volcán fue también espectacular, por paisajes absolutamente increíbles, con colores negros o grises, mares de diferentes tipos de lava que se extendían más allá del horizonte. Tras unos 50 km de pistas solitarias y algún que otro vadeo no excesivamente dificultoso, llegamos a las cataratas Seljalanfoss, una altísima cola de caballo de más de 70 metros de caída en unos verdes acantilados. Lo más sorprendente es que siguiendo un pequeño sendero puedes pasar por detrás de la columna de agua, en la oquedad formada por la erosión. Ni que decir tiene que es imprescindible proveerse de un chubasquero si no se quiere quedar calado hasta los huesos.
Como ya habíamos decidido anteriormente, dejamos diferentes lugares a visitar para el día siguiente y nos fuimos directamente a Vík -sí, y no es que hayamos vuelto a al pueblo de la comarca de Osona, ni tampoco es el lugar donde se fabrica el famoso bálsamo contra el catarro-. Recorrimos el pueblo de norte a sur y de este a oeste -no fue difícil, acabamos en 5 minutos- buscando el hotel Hofdabrekka. Una rápida consulta al GPS nos confirmó que el hotel no se encontraba en el núcleo urbano, sino a pocos kilómetros.  Sorprendentemente, el hotel era una granja rehabilitada, con pabellones alargados. Donde antaño durmieron pollos y gallinas, ahora lo haremos nosotros. Bastante gente en el hotel, incluso tuvimos que esperar para que nos dieran una mesa para cenar un buffet. No faltaría allí la sabrosísima carne de ballena, y es que en esta vida, no hay que dejar de probar nada. Retornando a nuestro pabellón reconvertido, vimos que frente a nuestra ventana existían unos cuantos jacuzzis al aire libre donde diversos huéspedes tomaban un baño caliente bajo la ligera llovizna que nos acompañó prácticamente todo el día. El fuerte olor a azufre que se desprendía de las bañeras me hizo desistir del remojón. Quizá mañana.

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