ISLANDIA (9): DE HIELOS FLOTANTES Y PESCADORES INTRÉPIDOS


Domingo, 02/08/09: KIRKJUBAEJARKLAUSTUR - BREIDDALSVÍK

El día amaneció completamente despejado por primera vez. Ni una sola nube cubría un cielo que según dicen es de los más limpios del planeta. Nada amenazaba en el horizonte el espléndido y soleado día, al menos de momento, porque las previsiones daban nubes y lluvias algo más al este, precisamente hacia donde nos dirigíamos.

Volvimos a coger la carretera del Parque Nacional de Skaftafell. A unos pocos kilómetros de él detuvimos el Pathfinder en el arcén y aprovechamos los magníficos cielos azules para volver a fotografiarlo, a los pies de un inmenso charco que reflejaba la inmensidad de las lenguas de hielo de una manera majestuosa.

Proseguimos por la carretera circunvalar (la llamada Circle Road o N1) sobrepasando la entrada a Skaftafell y rodeando el glaciar Vatnajökull por su parte sur. Estaba deseoso de llegar hasta una de las joyas de Islandia, y quizá para mí uno de los lugares más impresionantes en los que he estado: el lago Jökulsárlón. En este tranquilo lago, situado a pocos centenares de metros de la costa islandesa, deshiela una de las lenguas del glaciar Vatnajökull, dejando un interminable reguero de grandes icebergs en él.


Paramos unos pocos kilómetros antes, en otro pequeño lago, menos conocido, donde la presencia de icebergs quizá sea bastante más pobre, pero desde donde se pueden observar las imponentes vistas de todo el frente del glaciar, con sus perpetuos hielos azules. Ansioso de fotografiar esta maravilla, no reparé que el cielo se había tornado gris plomizo, confirmando las previsiones meteorológicas de la mañana.

Minutos después proseguimos hacia el verdadero Jökulsárlón, que se esconde tímidamente de la carretera detrás de una pequeñas colinas, para salvar así la mirada curiosa de los conductores. Mientras iba subiendo la pequeña loma me intentaba imaginar lo que se encontraba detrás, y a pesar de haberlo visto en cientos de fotos e incluso en alguna película de James Bond, la sensación que me produjo verlo en directo sobrepasa la descripción más realista que pueda plasmar aquí. Quietud extrema, silencio... Inmensidad helada, quieta... Hielos azules, blancos y negros se alternaban en un caos gigantesco que llenaba todo mi campo visual.

Afortunadamente, y no sé si debido al mal tiempo o que no era la hora para ello, no divisamos ninguna de las pequeñas lanchas que llevan a los turistas a través de los hielos flotantes. Y es que le hubiera quitado bastante magia al lugar, completamente en silencio, prácticamente sin turistas a la vista -los márgenes del lago son tan extensos que es difícil coincidir con otros visitantes-.


Fue una agradable caminata en el borde del lago, donde pudimos observar algunos charranes árticos pescando en las gélidas aguas, en medio de la quietud de las aguas y del silencio glaciar, solamente roto por los chillidos de las aves. Sin lugar a dudas, uno de los más bellos parajes de Islandia.

Los enormes icebergs, cuando se desprenden de la lengua del glaciar, son negruzcos y sucios en su superficie, debido fundamentalmente al depósito de ceniza volcánica -hasta aquí la isla nos recuerda su origen volcánico-. En su deambular por el lago, la parte sumergida del hielo va derritiéndose hasta que, flotando en un delicado equilibrio, el peso de la parte al aire es tan grande que el iceberg se da la vuelta con un fuerte estruendo. Es entonces cuando cambia de vestuario y luce un blanco perfecto, fruto del intercambio entre la parte sumergida -ahora ya limpia de cenizas- y la superior. Blanco y negro... aire y agua... arriba y abajo... En definitiva, Ying y Yang en estado puro.


El frío en Jökulsárlón era intenso. Nubes grisáceas, fina lluvia y algo de viento comenzaba a ser la tónica predominante. Continuamos por la N1 iniciando la visita a los Fiordos del Este. La carretera bordea las idas y venidas del océano adentrándose en la isla, o la isla adentrándose en el océano... al tercer fiordo dejas de tener claro lo que entra y lo que sale... Pasamos Djupivogur, pequeña población donde fotografiamos una interesante casa-almacén del siglo XVIII. Seguía lloviendo, y seguimos nuestro camino hacia Breiddalsvík, esquivando algún que otra oveja por el camino. Curiosamente, las ovejas en esta época del año van siempre de tres en tres... la madre y sus dos crías, que ya estaban bastante creciditas. Así que si ves una oveja que se cruza en tu camino... ya puedes ir frenando que lo más seguro es que vengan dos más...

Breiddalsvík es un pequeño pueblo de pescadores situado a orillas de uno de los fiordos. El Blafell es un acogedor hotel con una coqueta sala de lectura, un salón de juegos y un comedor sobrio y casi soviético, donde cenamos prácticamente en solitario. Hoy ha sido un día de grabar cosas en la memoria, tanto de la tarjeta como de mi cabeza.

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