ISLANDIA (10): DE CASCADAS ENORMES Y TURBOS ROTOS


Lunes, 03/08/09: BREIDDALSVÍK - EGILSSTADIR

Donde ayer había montañas y un fiordo que serpenteaba entre ellas, hoy solamente existe el recuerdo. Las nubes bajas no nos dejan adivinar más allá que el inicio de las elegantes montañas que rodean Breiddalsvík.

Bordeamos el fiordo adentrándonos bastantes kilómetros en la isla, hasta que el mar se convirtió en ría y luego en río. Algo más allá se disfrazó de pequeño lago de aguas tranquilas, casi muertas, tan inmóviles que servían de espejo perfecto a las montañas que seguían tímidas tras algunas nubes ya más altas. Continuamos hasta el lago Lagarfljot, uno de los más grandes de Islandia, con más de 30 kilómetros de largo. Extrañamente su fondo se encuentra a varios metros bajo el nivel del mar.

A orillas del lago se encuentra Hallormstadir, quizá uno de los pocos bosques de toda Islandia. Es por eso que sale en todas las guías, ya que hay pocos árboles en Islandia. Pero si estás acostumbrado a los bosques europeos, quizá no vale la pena la visita. Así que continuamos rodeando el lago hasta atravesarlo, ya casi en su punta más occidental, por un puente que llevaba directamete al parking de las cataratas Hengifoss, una de las más altas de la isla. Desde el pequeño aparcamiento comienzan unas escaleras metálicas que se tornan un sendero que asciende con ganas por la ladera de la montaña. Tras unos minutos se llega a la primera parada obligada del pequeño trekking: la espectacular Litlanesfoss, cascada circundada por imponentes columnas de basalto, que enmarcan el salto de agua. Son más grandes que las más famosas Svartifoss que visitamos hace unos días, y las columnas de basalto aparecen por todas partes. Pero no tienen la simetría y el encanto de ésta. Aún así, la visión de Litlanesfoss es espectacular, imposible cansarse de ver cataratas en Islandia.


Seguimos el sendero, cada vez menos empinado, salvando algunos riachuelos rodeados de hierba y musgo. Rodeamos un recodo del camino que te deposita en una planicie, desde donde ves allí a lo lejos el tremendo anfiteatro de tierra rojiza veteada desde donde caen las aguas bravas de la catarata Hengifoss. Más de 110 metros de espectacular caída. El poder de la naturaleza nuevamente ante tus ojos, casi como si de un documental se tratara. Es tan grande y tan majestuosa que hasta vista desde lejos impresiona. Existe la posibilidad de acercarse más a la catarata, pero quizá la visión de conjunto que se obtiene desde este punto es más espectacular.

Desandamos el trekking, y ya en el coche seguimos camino hacia el oeste, ascendiendo al acabar el valle por empinadas carreteras con zigzagueantes curvas. Una vez en lo alto, una meseta completamente plana, yerma y sin vida nos espera. Estamos a unos 700 metros de altura, suficiente como para que el frío islandés a estas alturas arrase con todo. Piedras, bancos de nieve... es lo único que se aprecia. Tal y como avanzamos por la pista, algunas montañas nevadas van quedando atrás, hasta pasar incluso por la base del volcán Snaefell, de 1833 metros. A esta altura, toda la capa de nubes quedó por debajo, allá en el valle. Los cielos completamente azules contrastan con el negro de sus rocas y el blanco de sus manchas nevadas, como si insinuara ser el una orca o negativo de una vaca.

Algo más de una hora de pista nos lleva justo a los pies del glaciar Vatnajökull, que ya hemos visitado casi desde todos los ángulos., siendo éste quizá el más espectacular. El glaciar comienza así, de repente, como sin pedir permiso. Acaban las rocas y el polvo y comienza la nieve y el hielo... puedes trazar una línea que los separe. Y más allá de esa línea, hasta donde te alcanza la vista, hielo... por todos lados. Tras un paseo con un gélido viento procedente de la impresionante masa de hielo, nos recogimos nuevamente en el Nissan, dispuestos a volver a la civilización.

Después de la comida de rigor compuesta principalmente por el sandwitch de todos los días, solamente quedaba desandar la pista, ahora a un ritmo algo más alegre. Tan alegre era el ritmo que acabó petando el turbo del Pathfinder. Pérdida de potencia y un alarmante chivato amarillo en el tablier lo confirmaron. No creía que ese iconito con forma de motor pudiera llegar a encenderse nunca excepto cuando enciendes el coche... pero ahora no quería apagarse. Como en los ordenadores, intenté revivir el turbo apagando y encendiendo el Nissan, como si un “reset” le fuera a devolver a la vida. Asombrosamente el turbo volvió a funcionar, pero solamente fue un espejismo que duró unos pocos metros. Chivato rojo y poquísima potencia, así transitamos los 60 kilómetros que nos separaban de Egilsstadir, donde finalizaba la etapa del día.

Intentamos ponernos en contacto con la casa de alquiler de coches, situada en el coqueto aeropuerto de la población. Obviamente no había nadie en las oficinas, y por teléfono nos confirmaron que nos esperarían allí a la mañana siguiente, aunque nos anuncia que no disponen de ningún coche de sustitución. Mala cosa. Mientras, fuimos a limpiar el coche, para que no se notara mucho el tute fuera pistas que lleva. En esas que después del remojón con agua fría -la mayoría de gasolineras disponen de ese servicio de lavado gratuito- el turbo volvió a funcionar y el chivato amarillo finalmente se apagó. Así que decidimos no acudir a la cita con el hombre de la empresa de alquiler de coches, espero no arrepentirme mañana. Ahora solamente queda cenar en el hotel, preguntar por la lavandería y descansar hasta la próxima aventura.

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