ISLANDIA (11): DE ASCENSIONES AL CIELO Y FRAILECILLOS PESCADORES


Martes, 04/08/09: EGILSSTADIR - EGILSSTADIR
Tal y como se anunciaba, fuera llovía y las nubes bajas acariciaban las montañas de los alrededores. La rutina diaria del viaje obligaba a comprar provisiones cada cierto tiempo, ya que no podíamos estar sin nuestros queridos sandwiches de queso con esa salsa indescriptible, mitad mayonesa, mitad tártara. Así que no nos quedó otro remedio que comenzar el día con una visita al supermercado más cercano.

El plan del día nos retornaría a Egilsstadir a dormir, tras visitar los fiordos del este de Islandia. Comenzamos por Seydisfjordur, importante puerto marítimo, y por tanto nexo de unión con el resto del continente europeo. La carretera que llega hasta allí asciende hasta los 400 metros de altura para salvar las montañas que forman el fiordo. No parece una gran altura, pero el ascenso nos metía más y más entre las nubes bajas. Durante la ascensión me di cuenta que el turbo volvía a fallar, y ya no funcionó durante todo el resto del viaje. Descanse en paz. Ahora disponía de un enorme trozo de lata de casi dos toneladas con menos de 60 caballos de potencia, así que tendríamos que tomarnos las cosas con calma, visto el interés que le ponía nuestra agencia de alquiler de coches. Las pendientes de la carretera comenzaron a ser un tormento. El Pathfinder no hacía más que buscar desesperadamente la marcha más adecuada, y a duras penas la encontraba. Marcha para arriba, marcha para abajo, cada vez estábamos más inmersos en la espesa niebla, que ya nos rodeaba por completo, dejando inútiles nuestros esfuerzos por divisar algo del paisaje a través de las ventanillas. Tal como acabó la penosa ascensión, comenzó la bajada, ahora con el motor del Nissan algo más desahogado. Después de unas cuantas curvas cerradas, pudimos divisar algo del paisaje casi yermo.


Finalmente llegamos hasta Seydisfjordur, un pequeño acúmulo de casitas de colores desperdigadas a duras penas formando calles, y donde lo que más llamaba la atención era el gran ferry con bandera danesa atracado en su pequeño puerto. Visitamos la coqueta iglesia, a juego con las casitas. Por unas estrechas escaleras de madera se podía subir al piso superior, al lado del moderno órgano de tubos, desde donde se tenía una peculiar visión de conjunto. Aprovechando una ligera tregua de la fina lluvia, dimos una vuelta curioseando las diferentes casas y los pequeños jardines donde al parecer es moda tener grandes camas elásticas para el regocijo incontrolado de los niños islandeses.

Nuevamente en el coche, intentamos llegar al inicio del fiordo, a un lugar llamado Skalanes donde pensamos que podría haber diferentes colonias de aves. Una pista bastante mala llegaba a un parking que nos dejaba a 800 metros del destino. Había comenzado a llover nuevamente, y nadie nos aseguraba la presencia de frailecillos , por lo que desistimos del intento y dimos media vuelta.


El siguiente punto de interés era el fiordo de Borgarfjordur, para lo que tuvimos que retornar a Egilsstadir y tomar otra carretera, de similares características que la anterior, y que presentaba el mismo problema de nieblas pasada cierta altura. Además la pista era de tierra (más bien barro), por lo que se extremaron las precauciones, aunque a la velocidad que nos permitía el no-turbo tampoco hacía excesiva falta extremar las precauciones. No había repostado al inicio del día, cosa recomendable en todo viaje que discurra por parajes despoblados, por lo que era importante encontrar una gasolinera al final del trayecto. Esta vez tuvimos suerte y así fue; bajo la incesante lluvia pudimos repostar el gran depósito del Pathfinder.

Una vez recorrido el diminuto enclave humano, nos dirigimos al minúsculo puerto de pescadores sin ninguna finalidad concreta. La gran sorpresa fue encontrar una colonia de frailecillos en unos acantilados cercanos. Arreciaba la lluvia, ahora con más fuerza si cabe, y las condiciones para fotografiarlos no eran las idóneas, pero pasamos un buen rato ahora metidos en el coche, ahora empapándonos con la lluvia, intentando captar las mejores instantáneas. Poder ver a uno de ellos con el pico repleto de minúsculos peces recién pescados fue una agradable experiencia, a pesar de que la foto pertinente no pasará a los anales de la fotografía. El bicho estuvo bastante rato posando, impasible... sin quitarnos ojo y sin soltar su preciado manjar. Comenzamos a pensar que estaba puesto allí de reclamo para ingenuos turistas como nosotros.


Después de la larga sesión de fotos con los puffins (que así se llaman en inglés), retornamos a Egilsstadir, nos cambiamos de ropa (no pensaba yo que los pantalones de chubasquero fueran tan imprescindibles en Islandia), y fuimos a mirar algunas tiendas del pueblo. Encontramos solamente dos tiendas, al lado de un supermercado, así que acabamos rápido. Intentamos cenar en el “Café Nilsson”, que parecía ser el mejor restaurante de la ciudad (y casi el único... verdaderamente escasa la oferta para la ciudad más importante de los territorios del Este). Después de una larga búsqueda (más larga que la rapidísima sesión de tiendas) finalmente lo encontramos, pero parece que todo el pueblo se concentraba allí, ya que estaba hasta los topes. Acabamos cenando en una especie de burger en una gasolinera cercana viendo los Simpson, en una imagen más propia de la América profunda (o del propio Springfield) que de la aventurera Islandia.

1 comentario:

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